La relación entre lenguaje y realidad, ha sido una temática ampliamente abordada, tanto en la filosofía como en la psicología. Desde la relación establecida por Marx en “La ideología alemana”, en la que plantea que el lenguaje es la base categorial del pensamiento racional, pasando por los planteamientos de Vygotsky y Gramsci, respecto a cómo el lenguaje es la vía mediante la cual el ser humano ingresa a la sociedad y la cultura, se puede establecer que la palabra es también un acto ideológico, que los discursos no son neutrales, y que obedecen a una visión de mundo cruzada por relaciones de poder de diferentes tipos, dentro de ellas, de género.
A veces, el callar también es ocultar, lo que se cubre con el manto del silencio se oscurece ante los ojos de la razón, es la función ideológica del lenguaje, que en el caso de las mujeres las excluye de manera sistemática del discurso. No vale acá, recurrir a artimañas formalistas y ampararse en el conservadurismo de la Real Academia de la Lengua Española, que establece que el masculino plural es válido y representativo tanto de hombres como de mujeres.
No vale, toda vez que de hecho las problemáticas de las mujeres han sido minimizadas a lo largo de la historia, y que si hoy están sobre la mesa ha sido gracias a la lucha incansable de miles de compañeras. Lo que el lenguaje calla, la historia oficial lo omite.
Es por ello que el año 2015, presenté - junto a otros senadores y senadoras - un proyecto de acuerdo normativo para modificar el reglamento del congreso y establecer la inadmisibilidad de todo proyecto de ley que no esté redactado en un lenguaje de género inclusivo (Boletín 1805-09), es decir, que no reconozca explícitamente, siempre que corresponda, a ambos géneros en la legislación.
Ciertamente, modificar el lenguaje no implica, en y por sí mismo un cambio sustancial en la realidad social. El problema de las mujeres en nuestro país no es solo de orden lingüístico, el reconocimiento del trabajo doméstico, el fin al acoso callejero y la publicidad sexista, el fin a la disparidad de ingresos por el mismo trabajo, la baja presencia de mujeres en el parlamento y en altas gerencias del país, no se soluciona solo nombrándolas en la ley.
El reconocimiento en la técnica legislativa de las diferencias de género, no son suficientes, pero no dejan y no dejarán de ser necesarias.
Es un deber del Senado de mi país, aportar al reconocimiento de las mujeres, y ayudar a avanzar un paso más en materias de igualdad.
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