Los indignados
José Antonio Viera-Gallo
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Desde que a sus 93 años Stephane Hessel, quien se uniera a la Resistencia contra la ocupación nazi, lanzara con notable éxito en París su llamado a los jóvenes a rebelarse contra un mundo sin otro horizonte que el consumismo, muchos han acogido su invitación y en diversas latitudes se han producido protestas. Pero en occidente son los españoles quienes lo han hecho en forma más espectacular, sacudidos por el paro que llega a un 40% entre la nueva generación. Incluso han adoptado para auto identificarse el título del opúsculo de Hessel: ¡los indignados!
Hessel señala que la peor actitud es la indiferencia frente a los problemas y alienta a los jóvenes a luchar pacíficamente para reducir la brecha entre ricos y pobres a nivel nacional e internacional, a defender los derechos humanos y la democracia y a salvar los equilibrios ecológicos. La indignación es la antesala del compromiso y la esperanza.
Un amigo ítalo español me escribe desde Madrid luego de haber pasado días enteros en la Plaza del Sol, donde continúan acampando los Indignados del M-15. Transcribo algunas de sus apreciaciones que me parecen ilustrativas de lo que sucede en España, incluso después de las últimas elecciones regionales y municipales. Y que también pueden contribuir a entender lo que pasa en Chile donde se respira un cierto malestar pese al crecimiento económico recuperado.
¿Quiénes manifiestan en las plazas españolas?, se pregunta. Y responde: Son en primer lugar jóvenes desocupados o con trabajo precario. Y también son estudiantes, jubilados, gente del pueblo o de los sectores medios que no logran pagar sus préstamos bancarios y que comparten el sufrimiento social de sus hijos y nietos. En otras palabras: protesta quien ha sido golpeado por la crisis y que temen no tener un futuro.
¿Qué piden los manifestantes? He pasado largas horas en el epicentro de la protesta. Hay tantas exigencias, pero pude identificar tres en particular. Primero: participación democrática en la vida de los partidos y de las instituciones extendiendo el uso de Internet que permite formas nuevas de expresión social. Segundo: no aceptar las fórmulas impuestas por el sistema financiero internacional y críticas a los bancos que han malgastado los ahorros de los ciudadanos y han fomentado en forma irresponsable el uso del crédito, en particular para adquirir viviendas. Tercero: necesidad de abordar de raíz el drama de la desocupación y de la precariedad laboral que está golpeando a toda una generación. La segunda y la tercera peticiones están estrechamente vinculadas en la conciencia de los indignados.
¿Movimiento desorientado o populista? De ningún a manera. Asombra la madurez, la serenidad, la moderación de los manifestantes. Ninguna provocación, ni violencia. Quienes pensaban o esperaban (sectores conservadores extremos) que este movimiento degenerase, han tenido que reconocer su error. El fenómeno aparece como algo profundamente diverso del movimiento estudiantil del 68.
Cuando les he preguntado a los indignados, si eran de derecha o de izquierda, no han titubeado en la respuesta: somos de izquierda pero no aceptan una izquierda que no escucha y pone en práctica la misma política económica que los sectores conservadores.Ahora resulta indispensable - concluye mi amigo - salir del letargo, escuchar y comprender las aspiraciones de la sociedad, que no se reconoce en los partidos tradicionales y de la cual los indignados representan la punta del iceberg.
Muchos jóvenes en Chile también están indignados, pero en condiciones económicas y sociales muy diferentes a las europeas. Parece razonable y atingente la última reflexión de mi amigo recomendando escuchar sus planteamientos.
También hay que afinar el diagnóstico para identificar los cambios profundos que está viviendo la sociedad chilena.
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