El gobierno de Gabriel Boric, del bloque comunista-frenteamplista, ha mostrado de forma frecuente el entramparse entre la toma de decisiones acertadas y una maraña de retóricas rimbombantes y contradictorias. Quizás el primer gran ejemplo de esto fue el fiasco en que se convirtió la visita de Izkia Siches a La Araucanía. De probablemente imaginar un recibimiento con rituales ancestrales de por medio por parte de la comunidad de Temucuicui, pasó en segundos a tener que esconderse de las ráfagas de metralla.
Los episodios de descoordinación e inoperancia de parte del Gobierno se leen como el choque entre el voluntarismo utópico desde el cual surgió el Frente Amplio y la crudeza pedestre de la realidad diaria. Algunos justifican los desaciertos gubernamentales aludiendo a la inexperiencia en el arte de gobernar de los dirigentes frenteamplistas, incluso algunos parecen ver una especie de ingenuidad propia de idealistas bien intencionados. En realidad, el problema no es un asunto de gestión ni candidez, sino un profundo problema de perspectiva.
La dificultad estriba en que los dirigentes del bloque comunista-frenteamplista consideran que todo problema es un simple asunto de poder, abuso e injusticia. Por tanto, las contrariedades sociales, económicas y políticas se explicarían por una simple falta de voluntad para resolverlas. Esto implicaría que detrás de cada inconveniente o asunto está la resistencia egoísta de otros que no quieren soluciones.
La perspectiva descrita no es otra cosa que la llamada falacia de la suma cero. Desde ahí surge otra presunción, la que considera que el mundo se divide radicalmente entre buenos y malos. Entre opresores y oprimidos. Víctimas y victimarios. Ahí está el corazón de la ridícula presunción de Giorgio Jackson de poseer una moral superior respecto a los antiguos dirigentes concertacionistas. También ahí surge la ridiculez de una política luminosa a la que hacía alusión la otrora baluarte frenteamplista Beatriz Sánchez, en 2017. Tanta luz, sin embargo, no le impidió levantar el bulo del centro de torturas en Estación Metro Baquedano en octubre de 2019.
Este modo simplista y maniqueo de percibir el mundo, de parte del comunismo frenteamplista, incide en el modo de concebir lo que implica el gobernar y lo que es la justicia. Cualquier inconveniente lo abordan como un síntoma de un asunto sistémico, casi cósmico de injusticia, que sólo se soluciona con una decisión de gran envergadura que transforme ese orden radicalmente, poniendo fin al egoísmo del resto.
Lo anterior también incide en el modo en que la prudencia política es ejercida por parte de los dirigentes del comunismo-frenteamplista. El enredo de los indultos y las pensiones de gracia es otro ejemplo claro fehaciente de lo antes descrito.
Quienes proclamaron pensiones e indultos sin mediar juicio alguno eran los que se presumían -y probablemente aún se presumen- como los incorruptibles. Desde esta misma autopercepción, los otrora dirigentes estudiantiles, que hoy son autoridades gubernamentales como Karina Delfino, levantaron su descarnada crítica al sistema educativo particular subvencionado, cuyas pro y contras fueron reducidos a un único problema: todo trataba del lucro de los malvados sostenedores. ¿Mejoró la educación con la reforma llevada a cabo contra el lucro? Claramente no y ahora varios de esos antiguos impugnadores comienzan a hacer una especie de mea culpa al respecto, incluida la propia Delfino.
Esta visión reduccionista, predominante entre los líderes de la llamada nueva izquierda, también se evidenció durante la pandemia del Covid-19. Desde el frenteamplismo y sus asociados -como algunos dirigentes del Colegio Médico, incluida la propia Izkia Siches- se acusaba al gobierno de Piñera de prácticamente querer matar a la población de hambre y de Covid.
El mismo burdo paradigma se aprecia cada tanto frente a cuestiones como la inflación, el alza de precios de ciertos productos o los incendios forestales. Todo tipo de teorías se levantaron respecto al alza del precio del aceite o las papas en medio de un contexto inflacionario mundial. Pero para diputados como Carolina Marzán, Cristián Tapia, Helia Molina, Carlos Bianchi, Jaime Araya y Luis Cuello era más fácil decir que todo se debía al egoísmo de algunos empresarios acaparadores. Obviamente, de pasada proponían como solución una medida nefasta: el control de precios.
Este modo en que se visualizan los problemas y determinados asuntos públicos se traduce en dos evidentes problemas manifiestos del gobierno de Gabriel Boric: una constante retórica rimbombante y la inacción o la incoherencia cuando se trata de actuar ejecutivamente.
Como ven la acción de gobernar como una forma de moldear a la sociedad -y no como un instrumento limitado como todos los demás- siempre esperan encontrar la gran respuesta, para cualquier asunto, que se ajuste a su retórica rimbombante. Esto se ha hecho evidente frente al megaincendio que afectó a miles de personas en la Región de Valparaíso semanas atrás. Frente a la emergencia, la ministra de Desarrollo Social, Javiera Toro, dijo que recién habría un plan de reconstrucción en la tercera semana de marzo puesto que esperaba cimentar una institucionalidad en términos de reconstrucciones.
En vez de usar el martillo ya acreditado, quieren inventar una nueva forma de poner clavos. Una caleta con buena infraestructura, con baños para hombres y mujeres o espacios para guarderías, tiene perspectiva de género. Esta pretensión, de rehacer todo para mostrar algo de novedad retórica llega a niveles ridículos como los llamados Refugios Climáticos de la alcaldesa de Santiago, Irací Hassler.
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