La sociedad chilena, en tanto sociedad, parece atascada. Ha perdido su impulso vital. Así, mientras los chilenos y chilenas seguimos envejeciendo, cada vez nacen menos chilenos. Este es un dilema político esencial, porque en este están involucrados principios, la continuidad del acervo cultural, la calidad de vida en términos materiales, de seguridad y las expectativas a nivel laboral y educativo.
La incertidumbre vital de la sociedad chilena se manifiesta a nivel económico, laboral, educacional y familiar. ¿Qué futuro hay para los hijos en Chile? ¿Es nuestro país un lugar más seguro para vivir en comparación a años anteriores? ¿Hay más opciones que antes? ¿Cómo se sostiene la cultura chilena en el largo plazo?
Un dato. Entre 2021 y 2022 comenzaron a salir más chilenos que los que volvían rompiéndose así una tendencia histórica. Como suele ocurrir, ese cambio sutil parte por aquellos que pueden migrar más fácilmente y consideran que situaciones complejas no son transitorias, sino signos evidentes de declive.
En los últimos 10 años, los ciudadanos comunes y corrientes han visto sus opciones de prosperidad, bienestar y oportunidades, para ellos y sus hijos, mermadas tanto a nivel educativo, económico y social. Nadie quiere que sus hijos vivan en sociedades decadentes donde delitos deleznables como el sicariato parecen volverse pan de cada día. Como planteaba tiempo atrás el economista Sergio Urzúa, a propósito de la tendencia a migrar desde Chile: "con violencia, delincuencia y desorden, la cosa cambia". Y la cosa ha cambiado aunque algunos, como Gonzalo Winter, querían convencernos mentirosamente de que Chile siempre ha sido así.
Natalidad, educación y bienestar son asuntos que nadie ha articulado políticamente. En Chile se ha roto la simbiosis institucional, política y social que debe permitir a todos los padres trabajadores poder darles una buena calidad de vida a sus hijos, vivir seguros, poder educarse de forma adecuada y darles más opciones para el futuro. Ese impulso se comenzó a perder a partir de la Reforma tributaria de Michelle Bachelet. ¿Quién está preocupado en serio de estos temas que afectan esencialmente a las clases medias en todos sus niveles y variantes?
Los actores políticos dicen estarlo, pero eso se traduce en una paradoja que se hace evidente cuando consideramos el modo frívolo en que plantean sus posiciones y sobre todo cuando vemos que el Estado, la burocracia, crece pero no como impulso para que la sociedad se sostenga por sí misma, sino más bien como soporte del amiguismo, el clientelismo político y la captura de rentas de parte de diversos grupos de interés. En 10 años las contribuciones pasaron de representar el 0,7% al 2% de los recursos de una familia. Y las clases medias también pagan contribuciones.
El Estado en vez de servir a las personas se ha convertido en una rémora de la sociedad. Las trabas administrativas, las estructuras burocráticas y las cargas tributarias aumentan de manera sostenida sobre las familias sin que aquello se vea reflejado en servicios públicos de mayor calidad y mejor gestionados. El caso de la red hospitalaria es decidor pues aumentó en 147% más que el mismo período del año pasado. ¿En qué se está gastando la plata?
La sociedad chilena ha perdido orientación. En parte eso se explica por una crisis a nivel de educativo, de autoridad y liderazgos. Todos estos son elementos que dependen del ejemplo. La corrupción es probablemente la muestra más clara de esta situación de descomposición. Pero también lo es el cortoplacismo político que evidencian los legisladores y dirigentes partidarios.
Podríamos pensar en diversos políticos para concluir que el gran problema de Chile es que sus "élites" no ofician como minorías rectoras, sino que son excesivamente frívolas e irresponsables. Por eso promueven leyes o políticas inadecuadas de las cuales luego se desdicen como si creyeran que los ciudadanos somos estúpidos.
El problema es que con esa frivolidad, con esa irresponsabilidad, sin considerar los efectos de sus invenciones, los políticos han desmantelado el impulso que podría haber permitido a Chile avanzar más rápido al desarrollo. La retroexcavadora aplicada a nivel tributario y educativo por Bachelet II fue lo peor que pudo pasarle a Chile. ¿Qué dirá Jaime Quintana ahora?
Por otro lado, la crisis de autoridad en diversos niveles y de liderazgos acrecienta un vacío que alimenta la demagogia y la irresponsabilidad política. A medida que ese vacío aumenta, las instituciones de la República pierden fuerza. No sólo las instituciones formales y legales, sino también los marcos normativos y culturales. Entonces, el Estado crece a medida que la anomia boba se extiende, pero lo hace como un cáncer que carcome a la sociedad y con ello al buen funcionario, al buen político, al buen ciudadano, al buen empresario, al buen trabajador, al buen estudiante.
Chile debe recuperar el impulso perdido. Chile no es el Estado, es su gente, sus ciudadanos. Chile debe volver a crecer para construir y forjar oportunidades y una autonomía personal sustentable para cada uno de sus hijos sin depender de los políticos. Los ciudadanos no deben volver a caer en los cantos de sirena de políticos inescrupulosos e irresponsables como han demostrado ser los líderes del Frente Amplio y el PC.
Volver a crecer no implica sólo recuperar el crecimiento económico. Significa recuperar el rol de la educación, el trabajo y el emprendimiento como motores esenciales y articulados de movilidad social que permiten a las personas tener mayores oportunidades y mejores expectativas para sus vidas y sus hijos, sin depender de la cuna en que nacen, ni de los apellidos o redes que tengan, ni los barrios en que viven, sino de las decisiones que vayan tomando.
Crecer por lo tanto implica ampliar las condiciones de la sociedad misma. Crecer debe significar tener mejores empleos, mejores ingresos, mayores accesos a buenos servicios, buenos barrios, buena educación. Crecer debe implicar mejor calidad de vida y mayores expectativas. Es decir, se debe volver a defender el desarrollo económico sin miramientos de ningún tipo.
Se requiere por tanto salir de la decadencia en curso que afecta a Chile. Es urgente recuperar los cimientos que permiten a una sociedad salir del estancamiento y buscar el progreso. Para ello se requieren liderazgos que rompan la inercia imperante a nivel político y social.
Una inercia que tiene a algunos convertidos en dirigentes sin convicciones, en activistas sin rectitud, en oportunistas sin ética, en educadores sin nobleza o en alborotadores sin escrúpulos. Necesitamos que los miles de Sam que viven en Chile comiencen a alzar la voz de la conciencia, la buena voluntad y la servicialidad.
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