Nueve semanas y media en la Convención

Nueve semanas y media son las que restan para que las comisiones temáticas terminen su labor deliberativa y es imposible no hacer un paralelo con la mítica y clásica película de mediados de los '80, en que Kim Basinger y Mickey Rourke hacían brotar la pasión por todas partes. La Convención Constitucional parece a ratos puro ímpetu, ardor y arrebato. No importa el mañana -que en este caso se llama regla mayoritaria de los dos tercios-, sino la manifestación más pura de las aspiraciones de cada constituyente o colectivo.

¿Es eso un problema? Claro que no, si aceptamos que lo único a lo que aspiramos es a eso: un breve romance que, en cualquier caso, tal como en la película con sus recordados bailes, promete más que lo que hace. Porque si se trata de cumplir con las banderas propias y con el "todo o nada" que trajo a muchos a la Convención, estaría perfecto. Pero si la intención es mayor y queremos que esto sea el inicio de una relación estable, apasionada, pero inclusiva, claramente no es el camino.

A nueve semanas y media parecemos estar muy lejos de empezar a cumplir con la promesa de una Constitución para todos, que interprete los sueños de los chilenos y chilenas en cada rincón del país, pero que también fije una hoja de ruta con cable a tierra para los próximos 40 o 50 años.

Por el contrario, lo que prima es un discurso radicalizado, una renuncia al "todos juntos" y una permanente imposición del "nosotros ganamos y ustedes perdieron". Peor aún, entre aquellos actores políticos llamados a empujar los acuerdos y darle conducción al proceso, pese a que públicamente valoran el diálogo y los acercamientos, se quedan sólo en eso y prefieren evitar una mala foto que los ponga en el foco de la duda de los puros.

¿Qué hacer entonces? Encender una alerta democrática, no porque los constituyentes no estén en su legítimo derecho -y hasta en su deber- de proponer sus ideas, sino que por no tener la capacidad de levantar la vista y entender que este proceso tiene un mandato ciudadano de largo plazo, para darle al país los cambios sociales que exigió, pero también la paz y la estabilidad que al mismo tiempo comprometió. La responsabilidad de construir una Constitución para unir a Chile y no para fragmentarlo al infinito, en un juego que deja fuera a los que no me gustan o derechamente repugno. Si todos somos igual de chilenos y chilenas, ¿entonces en qué quedamos?

Lamentablemente el tiempo avanza y es muy probable que estos constituyentes no accedan a modificar su postura. Eso implica dos opciones: quedarnos con una Constitución de protesta que corre el riesgo de ser rechazada por la ciudadanía o, aún en caso de ser aprobada en el plebiscito de salida, como una manifestación legítima de la democracia, con una Constitución imposible de implementar sin un costo social incalculable. Al final de la historia, una nueva Constitución de ese estilo, hecha a la medida de la mitad de Chile, arrasaría no sólo con los males del modelo actual, sino que también con todas sus virtudes y potencialidades para el bienestar ciudadano.

Para el Presidente Boric, en tanto, la Convención Constitucional será un viento de cola que le ayude a impulsar los cambios que propuso con su programa de gobierno o un ancla demasiado pesada, definitiva, que genere que las tormentas que tendrá en su mandato, como las tiene todo gobierno, le pasen por arriba, sin poder hacer nada. Sin embargo, creo sinceramente que el llamado de alerta debe ser recogido no por el próximo Mandatario, sino por la propia Convención y sus integrantes, porque somos nosotros los que hemos sido convocados a esta tarea. Por parte de la centroderecha, esa convicción se mantendrá hasta el último minuto del partido.

Vamos a tener cinco meses vertiginosos como pocas veces en la historia del país. Extender los plazos es hacernos trampa, es pensar que en los 90 o 180 días que le quieran sumar al proceso todo va a cambiar y que los que no quieren diálogo de pronto van a ser poseídos por el espíritu de Mandela. Eso no va a ocurrir. O demostramos que podemos llegar a acuerdos ahora o ni Mandela, Ghandi ni Martin Luther King juntos nos ayudan a redactar una Constitución para las próximas décadas y no las próximas semanas.

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