Aumentar sin más el valor del transporte colectivo a partir de un algoritmo retrata el paradigma tecnocrático del actual y anteriores gobiernos, que consideran que la distribución de los ingresos (que resulta de situaciones de poder más que de productividades de unos y otros) y la fijación de tarifas de servicios básicos (hay costos que considerar pero también subsidios sociales indispensables) son un problema "técnico".
Quisieran que la sociedad no existiera, ni se pronunciara, ni opinara. Salvo en elecciones cada tanto, en todo caso dominadas por el poder del dinero que logra elegir a muchos representantes a su servicio o bien domesticados en la protección de sus intereses.
Al cerrar líneas de Metro el gobierno colapsó la ciudad completa el viernes 18 de octubre y generó una presión masiva y espontánea en las estaciones clausuradas, lo que permitió a grupos de jóvenes que son violentos porque no creen en la palabra, enceguecidos y encapuchados, colarse para destruir un bien público tan valioso como el Metro. Simplemente lo hacen porque es lo que tienen por delante para expresar su rabia, sin visión ni capacidad de razonamiento.
Si a eso sumamos los gases lacrimógenos por doquier, el cuadro se configuró para horas de violencias urbanas en muchas partes de la ciudad, en una mezcla de protesta popular legítima y de violencia destructiva.
Razonar un poco indica que manifiestamente esta violencia no lleva a nada, salvo producir miedo, deslegitimar la expresión masiva de malestar y justificar la represión, pero estamos frente a pulsiones primitivas que la sociedad y las instituciones logran cada vez menos canalizar hacia proyectos organizados de cambio.
La respuesta del Estado de Emergencia y del toque de queda es una brutalidad, seguida del retroceso en el aumento de la tarifa del transporte colectivo.
Constituye el mayor fracaso de Piñera, que se remite a los reflejos de la derecha más básica, la que solo sabe responder a la protesta social a palos y sacando los militares a la calle. Ya van 308 detenciones.
Está agregando bencina al fuego lento del descontento frente el abuso cotidiano y la desigualdad generalizada. El ejército terminó ocupando la ciudad de Santiago y patrullando las calles.
Se expresa de nuevo de manera descarnada el miedo de las oligarquías al pueblo y el reflejo ancestral de los dueños del poder económico: si a los que viven precariamente de su trabajo no les gusta la desigualdad que resulta de la brutal concentración de los ingresos y la subordinación del trabajo, entonces entiéndanse con los militares y los órganos de represión.
La autoridad civil desapareció tras los nuevos voceros uniformados, que han tomado el control. Y lo primero que han hecho es suspender el festival de las 40 horas, claro.
La movilización social organizada, la desobediencia civil no violenta, el uso de las instituciones democráticas para cambiar las cosas, han perdido mucha de su legitimidad porque no producen resultados tangibles, o muy pocos o en plazos muy largos.
Ese fue el diseño esencial de la derecha a lo Jaime Guzmán: aceptar a regañadientes el fin de la dictadura pero dando lugar a un sistema político en el que las instituciones democráticas sean impotentes y, en nombre de la autonomía y autoregulación del mercado, no interfieran en las estructuras de desigualdad ni en la economía no suficientemente regulada y sus resultados de concentración de capital, de subordinación del trabajo y de exclusión social.
No se extrañen ahora los bien pensantes y neoliberales de unas y otras tribus de privilegiados que la oposición a la injusticia social, a la ausencia de igualdad de oportunidades, al clasismo, a la discriminación, a la vida cotidiana difícil, a ciudades hostiles, al sub-equipamiento urbano, a las falencias de los servicios educativos y de salud, a las pensiones paupérrimas y a los efectos del cambio climático, se exprese en descontento social difuso y no representado (ahí está la raíz de la abstención electoral) y en crecientes violencias urbanas.
Es el resultado de la ceguera de la derecha - y de la falta de capacidad de respuesta de la izquierda - al impedir por décadas el funcionamiento de una democracia socialmente efectiva en Chile, por la que muchos pujamos sin éxito en la transición.
Ceguera que se expresa en estos días con una mayoría espúrea en el parlamento que está ocupada en bajarle los impuestos a los más ricos, en "flexibilizar" aún más el trabajo o en terminar de legitimar las AFP.
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