Plan Aysén ¡que no gane el centralismo!

José Miguel Infante, Pedro León Gallo, Iván Fuentes. Estos tres nombres desde diferentes posiciones sociales, épocas y con resultados distintos, encabezaron un malestar hacia la actuación del gobierno central. Su molestia sobre la forma como el Estado distribuye el poder en los territorios, los puso en una férrea oposición al centralismo.

El intento federalista fallido de José Miguel Infante en 1826, respondió fundamentalmente a los deseos de autonomía de las provincias de Concepción y Coquimbo, en oposición al ya excesivo centralismo ejercido por Santiago para ese tiempo.

León Gallo en 1859, desde Copiapó, se percató de lo retrogrado del centralismo y se convirtió en un liberal y apasionado regionalista, el cual, con su propio dinero organizó a más de mil hombres para iniciar su revolución constituyente en contra del centralismo de la capital nacional.

Su molestia hacia la actuación del centro político era portadora de demandas por mayores libertades y más poder para las regiones. Nuevamente, esta vez por la vía de las armas, los intentos regionalistas fueron acallados y vencidos por el statu quo centralista del diseño institucional de Diego Portales.

Este año 2012, Iván Fuentes, con su sencillo pero firme lenguaje, al igual que Infante y León Gallo, lideró en mi concepto dos reivindicaciones.

Una reivindicación territorialmente focalizada (demandas para Aysén) y revivió una reivindicación regionalista, de índole más histórica y que tiene relación con esta férrea oposición al centralismo político ejercido por el Estado a la hora de tomar decisiones que afectan a regiones. Esta última reivindicación, que de alguna manera lo conecta con los personajes mencionados anteriormente, parece que nuevamente puede ser superada por el nivel central.

La primera reivindicación focalizada territorialmente, aparentemente se logró y las medidas a materializar son ya conocidas. El posible Plan Aysén (algo parecido a un Plan Chiloé mejorado) incluiría zona franca, subsidio a la leña, subsidios a la educación, mejoras salariales, entre otros merecidos temas que van a favorecer y por supuesto harán más digna y llevadera la vida de los patagones.

La segunda reivindicación, que es portadora del histórico malestar de las regiones con el centralismo chileno, en mi concepto ha quedado dando bote en el área chica y se está comenzando a enfriar promovido por el silencio cómplice que promueve el ADN centralista y que prevalece tanto en la elite política de la alianza como de la concertación.

En este sentido, aún no está claro si será el propio movimiento patagón, u otra elite regionalista que hará propia esta demanda que apunta a revisar nuestra regionalización y a distribuir de manera más profunda el poder político tan concentrado en el nivel central, el cual se replica y reproduce fuertemente en el nivel regional, especialmente en la figura del Intendente.

Por supuesto que esta segunda reivindicación no era la agenda central del movimiento patagón, tampoco podemos endosarles esa responsabilidad a los líderes visibles de dicho movimiento.

La lección que nos deja este acuerdo, es que el Plan Aysén soluciona una parte del problema, pero el tema del centralismo político que padecen las decisiones regionales sigue latente, y probablemente volverá a renacer en lo que pueda venir éste o el próximo año en Calama, Chiloé (a propósito del plan Chiloé no cumplido, y la vieja discusión del puente), Ñuble, ¿Osorno?

En estos casos, se suma la incomodidad que expresan estas provincias con su región administrativa, la cual no recibe poder, y menos puede distribuirlo entre sus provincias, que dicho sea de paso, sí se encuentran constituidas como sujetos políticos, es decir, se reconocen como territorios que piden más descentralización política, no administrativa.

Creo que con las medidas que ofrecerá el Plan Aysén, ganará Aysén, pero también ganará la elite política centralista, porque con este plan no se mueve ni un centímetro del diseño institucional centralizado.

En el fondo, no se observa conexión de esta solución con una voluntad mayor por profundizar en serio nuestra paupérrima descentralización, muy probablemente la atención sobre el plan Aysén y la elección de CORES, harán pasar nuevamente “piolita” los problemas de fondo del “centralismo” que padece Chile.

Es ilusorio creer que con sólo elegir los consejeros regionales y mantener casi intacto el poder de veto de los Intendentes para manejar la agenda pública regional, se avanzará en materia de democracia y desarrollo regional.

Con estas medidas, altamente conservadoras en lo político, seguiremos estando a la retaguardia en materia de descentralización en América Latina, y en un par de años más estaremos preguntándonos por qué elegimos consejeros regionales que no deciden nada y padecen de los mismos problemas de los concejales en el nivel municipal.

Iván Fuentes no es un federalista, no cuenta con los recursos de León Gallo para movilizar ciudadanos y enfrentarse al poder de la elite central, tampoco está en su agenda seducir y aglutinar al supuesto “progresismo territorial” existente en Chile, para liderar una avanzada mayor contra el centralismo nacional.

Tampoco es justo pedirle que se eche el equipo regionalista al hombro y juegue un partido diferente del que ganó junto a los patagones. En definitiva, al movimiento que lideró debemos agradecerle que fuera capaz de revivir el viejo problema del centralismo en Chile, pero no exigirle que lidere un conjunto de demandas de fondo que son históricas y que no son de su total responsabilidad.

La responsabilidad de modificar el modelo territorial y descentralizador que necesitan los ciudadanos de regiones, está en la elite política que sistemáticamente desde los años 90 viene prometiendo sin pudor mayor descentralización para Chile, la cual después convierten en desconcentración.

La responsabilidad actual es de quienes prometieron “una revolución descentralizadora”, para los que vivimos en regiones.

La responsabilidad es de los ciudadanos de regiones que constantemente nos dejamos seducir por cantos de sirenas y no demandamos con todas sus letras mayor “poder político” para incidir desde abajo en la construcción de nuestras regiones.

Si la configuración de la solución a los problemas de fondo que dejó al descubierto Aysén, se reducen a un Plan para el Sur o un Fondo para el Norte, sin intervenir las estructuras de decisión regional, el Centralismo se fortalecerá y nuevamente se reinventará como ya lo ha hecho históricamente en nuestra historia republicana.

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