Gane el A Favor o el En Contra en la segunda propuesta de nueva Constitución el 17/12, todo el proceso constituyente post estallido social, que ya lleva cuatro años, ha fracasado porque ambas propuestas fueron partidistas y marginaron la diversidad política que posee todo país con un sistema democrático como el chileno.
La causa central de este fracaso es, según mi opinión, el momento de la génesis del proceso y por su consecuente escenario político.
Si el debate en las dos elecciones para elegir convencionales y concejales sigue sólo móviles partidistas e ideológicos polarizados, es porque se realizan dentro de las múltiples crisis estructurales que dramáticamente escenificó el estallido social y que, aún, no han tenido respuestas. En este cuadro de crisis, el electorado es espoleado premeditadamente por la contingencia política coyuntural de crispación máxima post estallido social.
La primera votación se realiza bajo su impacto y favorece a la oposición de izquierda como un castiga a la errática gestión de la crisis por el gobierno de derecha; en la segunda votación la derecha y en especial la ultraderecha, ahora en la oposición, usa -más bien abusa- de la crisis de seguridad pública para maximizar el miedo colectivo como elemento principal de sus campañas. La gente vota aterrada contra el gobierno de izquierda que no logra controlar la seguridad y la llegada masiva de extranjeros que, en forma xenófoba, se los asocia con la delincuencia. Es decir, temas coyunturales que no tienen ninguna relación con la elección de convencionales y consejeros. Las dos elecciones nacen y se realizaron en un marco sociopolítico disfuncional. En primerísima instancia, porque las demandas sociales del estallido social no se han solucionado y, segundo, la coyuntura política que, a ese fondo repleto de ya antiguas crisis estructurales, se agregan nuevas, lo que ha terminó desvirtuando un debate electoral constituyente que tiene características y finalidades únicas.
La consecuencia de estas elecciones dentro de este marco político polarizado sin solucionar, es que los elegidos reciben circunstancialmente la mayoría y pertenecen, en gran medida, a los polos políticos extremos. La aguda crisis que padecen las instituciones de la democracia -con un estallido social de por medio- es por la incapacidad de los dos bloques políticos dominantes de los últimos 30 años para consensuar los dos modelos en pugna: por la centroizquierda e izquierda, un sistema de capitalismo "con rostro humano", basándose en el modelo europeo de sociedad de bienestar; y por la centroderecha y ultraderecha, uno de capitalismo salvaje o ultraneoliberal (perdón por el pleonasmo), modelo norteamericano del republicanismo más extremo. Si bien es cierto que la centroizquierda propone una reforma tributaria de calado que dota al Estado de poder financiero para distribuir salud, educación, vivienda y pensiones de calidad para las grandes mayorías, no logra consensuarla con la centroderecha que la bloquea sistemáticamente. Y aquí seguimos, con un nuevo fracaso: el proceso constituyente desvirtuado con dos propuestas sólo excluyentes y partidistas.
La refundación de Chile que propone la primera Convención, con mayoría absoluta de izquierda antisistema junto a la socialdemocracia, excluye a la minoría de derecha olvidando que representa nada menos que a los dueños del sistema económico y financiero con un suelo electoral histórico de 44%, fue rechazada con 62% después de que las derechas se unieran en una campaña del terror con un despliegue de desinformación premeditada millonario.
La segunda tentativa, ahora con mayoría absoluta de ultraderecha apoyada por la derecha tradicional, que también excluye ahora a la minoría de izquierda, nos propone una Carta Magna que es un auténtico manual de involución y regresión de todos los avances en derechos sociales, civiles, laborales y humanos de toda índole; aún más autoritaria e inamovible que la Constitución de la dictadura que se pretendía superar y de la cual son sus apologistas.
Tanto convencionales de izquierda como consejeros de ultraderecha abusaron de sus mayorías plasmando una propuesta predominantemente partidista, híper ideologizada y facciosa. Ambas mayorías circunstanciales olvidaron el Chile diverso, múltiple y plural como toda sociedad cualitativa y cuantitativamente compleja como es la chilena, y que cualquier Constitución de calidad democrática y representativa debe sí o sí reflejar si quiere tener legitimidad.
Por otra parte, la esquizofrenia político-electoral -difícil catalogarla de otra forma- que pasa de un extremo político al otro en un tiempo relativamente corto, nos estaría indicando que, si un proceso constituyente en democracia se da con estas características, es porque todo el sistema padece disfuncionalidad reflejado en que los centros están desacreditados por su incapacidad de cometer las reformas estructurales inaplazables a tiempo, que es la génesis del estallido social.
Otra observación, es que una parte importante del electorado -la que con voto voluntario no votó nunca (entre 50 y 55%) y que ha oscilado entre la izquierda anti sistema y la ultraderecha-, no es, obviamente, ideológico, no aplica o carecería de sentido crítico y es fácilmente manipulable y movilizable sólo por la cotidianidad de la política coyuntural y de la contingencia inmediatista.
Por último, habría que dejar claro que las reivindicaciones que instaló el estallido social, que ya tenían años de recorrido, no se pueden rechazar, sino, y por todos los medios políticos posibles, sólo se pueden aprobar, y mientras más rápido mejor si no queremos tener un estallido social 2, y si queremos tener un tercer debate tranquilo y ad hoc de elección de convencionales en el medio o largo plazo.
Vale decir: primero, realizar las reformas que instaló definitivamente la más grande marcha pacífica de la historia de Chile, 1.200.000 personas, el 25 de octubre de 2019 y, segundo, ya materializadas las reformas (en salud, educación, pensiones y vivienda) se recuperaría la confianza de la ciudadanía en las instituciones de la democracia, entonces estaríamos en condiciones de un nuevo proceso constituyente ya bajo unos parámetros de paz y cohesión social teniendo como principio indisoluble que una nueva Carta Magna nos represente a todas y todos.
El fracaso de las dos propuestas constitucionales, dicho en un lenguaje coloquial, se produce porque se puso "la carreta antes de los bueyes": primero el proceso constituyente y después (se espera) las reivindicaciones que clamó la ciudadanía ese 25/10/2019. Ya no cabe ninguna duda que debió y debe ser lo contrario.
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