La campaña del Rechazo ha señalado que votar por esa opción sería un acto de amor, utilizando una serie de analogías que giran en torno a la experiencia del perdón de las culpas históricas o de la absolución de las responsabilidades colectivas. Es muy difícil entender lo que tratan de expresar, especialmente cuando su discurso disocia el concepto de amor de la noción de justicia. Amar, parece decirnos el Rechazo, es exculpar ofensas, levantar cargos, correr un tupido velo, como decía José Donoso, para mantener ocultas las vergüenzas de familia.
Al contrario, aprobar la nueva Constitución sería asimilable a un acto de venganza, una revancha histórica de quienes han sufrido los daños colaterales del proceso de crecimiento, o una forma de desquite animado por el rencor de los perdedores en nuestra sociedad, según lo que Nietzsche llamó la "moral de la víctima".
Sin ánimo de caricaturizar este mensaje, a lo que se nos convoca es a olvidar realidades pasadas y construir una nueva convivencia fundada en el olvido, pero faltando a la verdad, lo que es un ejercicio peligroso. ¿Dónde termina lo políticamente incorrecto y dónde comienza la justificación de la violencia? Se podría llegar a concluir, siguiendo el raciocinio de esa campaña, que los asesinatos de mujeres o disidencias sexuales por violencia machista son en realidad el resultado de un supuesto feminismo revanchista, que busca denunciar y judicializar esas prácticas.
En definitiva serían las víctimas (y no los victimarios) los responsables de los daños causados, por freudianos mecanismos de un Edipo mal resuelto. Francamente, resulta triste ver cómo instalan en el espacio público argumentos que ya habían sido olvidados, por su debilidad intelectual, desde la época de "Llampo de sangre", de Oscar Castro, o más contemporáneamente desde la denuncia que hace Arturo Fontaine Talavera en su "Oir su voz", de la tensión entre modernización económica acelerada y tradición político-social retardataria que atraviesa a la élite chilena.
De allí que la campaña del Rechazo como acto de amor sea un boomerang político y moral que terminó noqueando a quien lo lanzó. El amor impone deberes, en tanto aspira a ser reciproco: se ama porque se anhela que ese amor se devuelva acrecentado. El humanitarismo, la benevolencia, la filantropía, como donación gratuita, sólo se comprenden si a la vez existe una relación de equivalencia en justicia, desde el respeto y la igual dignidad. La impunidad o el olvido sólo son manifestaciones de la corrupción del amor, desplazado desde su fecundidad hacia la esterilidad narcisista de un sector privilegiado, que está encantado de haberse conocido a si mismo.
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