¿Qué oposición?

¿Qué pretende la oposición? La respuesta parece simple: volver al gobierno. Sin embargo, el asunto se complica si se pregunta ¿para realizar cuál proyecto? ¿En nombre de qué ideas?

La derrota en la elección presidencial y parlamentaria ha hecho patente una crisis de fondo en la derecha, cuya primera manifestación es su fragmentación política. Cuando alguno de sus políticos o intelectuales clama por la “lealtad a nuestras ideas” o llama a preservar la “identidad del sector”, sus palabras resuenan como el tañido de una campana lejana.

Tampoco hay acuerdo entre ellos sobre el real significado del gobierno de Sebastián Piñera. Algunos lo acusan de haber cedido en los principios y haber gobernado con ideas ajenas; otros, de no haber impulsado con decisión el surgimiento de una “nueva derecha” libre del peso del régimen militar. Por eso – a diferencia de lo ocurrido con M. Bachelet cuando terminó su primera presidencia – no hay consenso sobre su regreso a la Moneda.Incluso hay sectores que como lo expresa J. Novoa, se oponen a esa hipótesis.

En la dirección de la UDI y de RN ha habido un cambio generacional importante. Pero todavía los nuevos dirigentes no logran perfilar una línea política renovada.La discusión sobre la nueva declaración de principios de la UDI y, en especial, sobre la forma de tratar la dictadura de Pinochet, no encuentra hasta ahora una fórmula de consenso.

Quienes quieren emitir un juicio más categórico de crítica por las violaciones a los derechos humanos y las libertades públicas, no logran vencer la resistencia de quienes quieren mantener el equilibrio entre “lo positivo y lo negativo” de su obra y herencia.

RN, por su parte, dice buscar el centro político, pero margina a Amplitud, mantiene una firme adhesión a ciertas posturas conservadoras y ha mostrado una posición bastante agresiva hacia la reforma educacional del gobierno. Incluso pareciera que A. Allamand quisiera proyectar su liderazgo convirtiéndose en el campeón de la anti reforma.

¿Cómo, entonces, podría ese partido inclinarse hacia posiciones más liberales y cumplir un papel articulador en el sistema político? Otro botón de muestra: mientras la bancada de diputados de RN interpelaba al ministro del Interior por la violencia en la Araucanía, el senador Espina dialogaba con el Intendente Huenchumilla. Nadie sabe cuál será su decisión al momento de votar el cambio al binominal.

Este desconcierto opositor ha hecho, en la práctica, que la crítica a la acción del Gobierno se haya desplazado de la esfera parlamentaria y política a la esfera social y mediática. Así sucedió con la reforma tributaria, donde la voz cantante la tuvieron los gremios empresariales y los nuevos dirigentes gremiales de la pequeña empresa.

Algo similar, pese a los esfuerzos de Allamand, está sucediendo con la reforma educacional: los sostenedores y las agrupaciones de padres y apoderados están tomando un rol protagónico.

La carencia de una dialéctica seria entre la Nueva Mayoría y la Alianza, ha redundado también en la agudización de las discrepancias al interior de la coalición de gobierno. No se trata de inhibir la deliberación democrática, pero ella debiera estar animada por la argumentación en torno a grandes ideas y no por el comidillo sobre lo que dijo o no dijo una autoridad o una reiterada apelación a principios doctrinarios demasiado generales para dar cuenta de la realidad nacional.

Todo ello desorienta a la opinión pública sobre la naturaleza y alcance de las reformas en curso y redunda en un aumento del descrédito de la política, que a todos debiera inquietar.

Así ha sucedido, por ejemplo, con el debate, un tanto hermético, sobre la llamada “política de los acuerdos”, como si la gente no fuera capaz de comprender por experiencia propia que en la vida es normal que a veces se acuerden posiciones, como también lo es que se mantengan las diferencias cuando ellas aparecen insalvables. Lo importante es que ni lo uno ni lo otro rebaje el clima político del país.

Volviendo a la derecha, ella corre el riesgo de ser sobrepasada por la dinámica de la sociedad, si no hace un esfuerzo serio por sintonizar con el Chile de hoy y con el pensamiento y los intereses de quienes tradicionalmente le han brindado su apoyo.

Al hacerlo debe elegir – y perdonen la simplificación – entre una posición conservadora cerrada como la del “tea party” en los EE.UU. o la del Partido Conservador de D. Cameron en el Reino Unido que gobierna con los liberales; y si usamos un referente regional, entre Santos y Uribe en Colombia, uno abierto a negociar la paz y el otro aferrado a una solución militar.

Esta puesta al día debe articular de un modo nuevo las tradiciones conservadora y liberal que siempre han animado a la derecha chilena. Sólo así podrá competir para volver a gobernar.

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