Las recientes opiniones en la prensa de los alcaldes de Maipú y Ñuñoa, Tomás Vodanovic y Emilia Ríos, respectivamente, ponen nuevamente en evidencia que las retóricas en el Frente Amplio son una pantomima.
El frenteamplismo ha pasado de presumir una moral superior respecto a la Concertación a decir que en realidad no estaban preparados ni tenían la experiencia para gobernar. Pasaron de presumirse sepultureros del neoliberalismo socialdemócrata y concertacionista a definirse como humildes aprendices de la vieja Concertación. Pasaron de aplaudir las evasiones y validar las barricadas como medio de protesta, tal como lo hizo el propio Gabriel Boric durante la borrachera octubrista, a presumirse como baluartes de la moderación, el respeto a las leyes y la razonabilidad republicanas. Es decir, la retórica frenteamplista está construida a base de imposturas.
Las constantes acrobacias retóricas, con que buscan explicar las fluctuaciones entre la exageración recurrente y una mesura de última hora, son reflejo del predominio del postureo. Esto se ha hecho más evidente en el contexto del recrudecimiento de la violencia criminal y la anomia que afecta a Chile. No es sólo el propio Presidente Boric el acróbata. Los cambios retóricos del timonel de la Cámara Baja, Vlado Mirosevic, son evidentes en ese mismo sentido.
Si antes decía "¿Por qué chucha no nos damos permiso para hacer una innovación política? Y si resulta mal, qué tanta huevá", ahora dice que "la política requiere sobriedad, responsabilidad y compromiso para legislar".
Detrás de todas estas imposturas frenteamplistas no hay simple candidez como pretenden dirigentes como Vodanovic o simple inexperiencia como plantea Ríos. Hay una profunda irresponsabilidad, y también una cierta mala fe, de parte de un grupo de privilegiados que simplemente querían seguir jugando a la revolución como en sus tiempos estudiantiles. Para eso se imaginaron un escenario: los últimos 30 años serían lo peor de la historia de Chile, llenos de injusticias y explotación, y el gobierno de Piñera sería un símil de la dictadura de Pinochet. Con eso buscaron dar sentido a sus absurdas ensoñaciones verde olivo. Ellos reestablecerían la justicia definitiva y derrotarían al mal radical.
Por eso mismo -y con total desparpajo- decían, como lo hacía el ahora embajador chileno en Brasil, Sebastián Depolo, que le meterían inestabilidad al país. Total, los costos de hacer eso nunca los asumirían ellos. Menos un embajador. ¿O alguien en su sano juicio cree que, si el país sigue decayendo, un Winter, una Hassler, un Jackson, un Ibáñez, un Boric o una Orsini pasarán las pellejerías que sufren los ciudadanos comunes y corrientes cuando la economía se desploma, la inflación se dispara mientras el empleo se desploma? ¿Alguien cree que ellos sienten temor por el auge delictivo?
Los dirigentes de Apruebo Dignidad estuvieron en ese afán de tambaleo institucional incluso durante la pandemia. Gonzalo Winter, por ejemplo, que ahora pide un debate público razonable y sin aprovechamiento político, en medio de la peor crisis de seguridad de las últimas décadas, solicitaba la renuncia de Piñera en pleno azote del Covid-19. Cómo olvidar que, sin mediar ningún criterio, desde la actual coalición acusaban al gobierno de ese entonces de estarnos matando e incluso del ocultamiento de los muertos.
Ahora resulta que el propio Minsal indicó que la cifra de fallecidos en 2020 fue sobrestimada en 3.538 casos. Pero para Winter y otros más era más fácil acusar lo peor del mundo para alzarse como los justicieros.
La misma aspiración de inestabilidad, para jugar a la revolución y ser los buenos de la película, explica la condescendencia frenteamplista con el atavismo incendiario de la muchedumbre y la tozudez respecto a refundar las policías, sin mediar las consecuencias de restarle total legitimidad a las mismas frente a la acción de quienes transgreden la ley. Pero claro, hoy esos mismos dirigentes, que azuzaban por las redes sociales la anomia vandálica y la refundación policial, no se quejan de ser escoltados por quienes, hasta hace poco, eran acusados de ser parte de una policía simplemente represiva. Ahora Catalina Pérez, que hablaba de quemarlo todo en una red social cuando un carabinero se defendió de un sujeto con cuchillos en Panguipulli, pontifica con la responsabilidad para evitar derivas populistas y autoritarias.
O sea, quisieron hacer el asado con bencina y luego nos hablan de no quemar la carne.
Ahora, cuando los efectos de azuzar la discordia y la inestabilidad política e institucional empiezan a pasar factura directa a la ciudadanía, la explicación que enarbolan estos dirigentes sería la simple ingenuidad, la inexperiencia. Con ello buscan exculparse de haber actuado como jovenzuelos que simplemente posaron de rebeldes. Lo increíble es que la excusa agrava la falta.
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