A casi 50 años transcurridos desde el golpe militar y la dictadura en Chile, la revisión y el análisis de las variadas y múltiples causas que desataron tal suceso histórico mantienen su vigencia. Tanto los estudios como las opiniones se encuentran en un incansable y apasionado debate, no sólo en el ámbito público, sino también en el privado. Un objetivo radica en poder comprender las causas y las secuelas profundamente dramáticas que han marcado a nuestro país. No obstante, en este debate han podido surgir mínimos civilizatorios: hechos que en nuestra historia nunca deben repetirse, ni hallar justificación alguna.
Por eso resulta sumamente alarmante la regresión en estos acuerdos que han públicamente expresado algunos líderes políticos de derecha, como la retórica adoptada por el recién electo consejero republicano Luis Silva. Este último, en lugar de rechazar los hechos, los justifica; en lugar de distanciarse, se implica. Se erige como defensor de una crueldad y un terrorismo patrocinados por el Estado, promoviendo no solo la indiferencia, sino también la aceptación de actos horrendos. Nos encontramos frente a un discurso que nos exige reflexión y acción colectiva. En esa misma dirección, lo expresado por la secretaria general de la UDI, respecto a que las "barbaridades" del Presidente Allende son equiparables a los de la dictadura.
Resulta similar a si, al condenar los horrendos crímenes perpetrados durante el nazismo, debiéramos simultáneamente reconocer el intenso clima de radicalización que se cernía sobre la época y las adversas condiciones impuestas a los alemanes tras el final de la Primera Guerra Mundial, equiparando la condena con el reconocimiento de las complejas fuerzas que dieron forma a tales eventos.
En este sentido, es siempre necesario realizar una autocrítica y crítica política acerca de lo ocurrido, pero este debate no puede nunca olvidar ni borrar la distinción esencial: entre las víctimas y los victimarios. El repudio a lo que efectivamente sucedió no puede ser equiparado con lo que pudo haber sido distinto. La crítica a los procesos y a sus protagonistas se enmarca en un contexto histórico y político. Sin embargo, nada de eso puede borrar la condena esencial a los horrores que realmente tuvieron lugar.
Lo relevante y el sentido es para que de esta manera, por uno u otro camino, en nombre de ningún odio, ni tampoco de ningún amor o pasión, nunca regresar. Este debe ser, como sociedad, nuestro pacto con el pasado y nuestra promesa solemne hacia el futuro.
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