Reducir la jornada laboral, ¿demanda justa o simple flojera?

En lo que va del año la pregunta por la relación entre salud mental, calidad de vida y trabajo, ha estado particularmente presente. Primero fueron los estudiantes universitarios quienes instalaron en la agenda pública el exceso de carga académica como un potencial perjuicio para su salud mental; luego fue el PC quien reflotó la discusión acerca de la disminución de la jornada laboral, aduciendo, entre otros aspectos, la mejora en la calidad de vida que ella comportaría.

Más que analizar si son o no demandas justas, me interesa mostrar algunas razones por las que ellas pueden generar resistencias en la opinión pública.

En primer lugar, es importante constatar que este tipo de demandas no son nuevas en Chile. Sus orígenes datan de comienzos del siglo XX, en el contexto de lo que se denominó “la cuestión social”. 

Un concepto que resultaba clave para entender la relación entre trabajo y salud en aquella época era el de “fuerza” o “energía” laboral. 

En efecto, hacia mediados del siglo XIX el descubrimiento de las leyes de la termodinámica y su noción de energía se ligó a la emergencia de una metáfora cultural, ampliamente difundida, que permitió entender el cuerpo humano como un motor entre otros.

En este contexto, los sueños de desarrollo capitalistas encontraban su límite objetivo y medible en el agotamiento de la fuerza laboral.

Tal como lo señala el historiador Anson Rabinbach, la preocupación por la fatiga, se volvió un asunto relevante tanto para la ciencia, como para la política, reconciliando, en alguna medida, los intereses de los movimientos obreros - que buscaban regular la jornada laboral - y los del capital, que entendían la importancia de cuidar la fuerza de trabajo. En Chile, en la primera mitad del siglo XX, esto se tradujo en el desarrollo de políticas públicas orientadas a cuidar la salud de la población y en las primeras leyes laborales.

Ahora bien, aun cuando es cierto que en el contexto contemporáneo la metáfora energética sigue teniendo una gran presencia cultural, tomamos bebidas energizantes; desarrollamos distintas prácticas con el fin de recobrar nuestras energías; medimos de manera obsesiva la energía que nos aportan los alimentos, etc., también es cierto que las nociones de trabajo, fatiga y descanso han cambiado radicalmente su sentido.

Para la primera metáfora energética, el óptimo rendimiento del “motor humano” suponía el equilibrio entre el combustible, el trabajo realizado y el descanso: si el trabajo era mayor que el combustible, se producía la fatiga y se debía descansar; si, por otra parte, había combustible en exceso, se lo debía acumular para tiempos de escasez.

Sin embargo, para la nueva metáfora, la energía no se produce descansando, sino intensificando la relación con la tarea.

Al respecto, en una página Web de psicología popular encontramos la siguiente advertencia: “cuanto más descansada e inactiva está la persona menos energías y más debilidad tiene. El cansancio mejora cansándose más”.

En este nuevo contexto del alto rendimiento, la condición para producir más energía es ir más allá de la fatiga, no ahorrando, sino invirtiendo el excedente energético.

Por lo tanto, podemos mencionar cuatro elementos que caracterizan la nueva metáfora energética.

1) La fatiga ha dejado de ser un límite objetivo, siendo resignificada como falta de “esfuerzo” o de “motivación”.

2) El trabajo productivo tiene lugar más allá de la fatiga, una vez que se invierte el capital de energía excedentario.

3) El descanso es patologizado, puesto que recuperar energía implica un esfuerzo como hacer deporte, comer adecuadamente, etc.

4) El trabajo no solo es una fuente que resta energía, sino que, realizado con pasión, también la entrega.

Todo esto pone en evidencia que, bajo la nueva metáfora energética, resulta mucho más difícil que las demandas que buscan regular las horas de trabajo, aduciendo mejorar la calidad de vida o la salud mental, obtengan legitimidad política.

Si en el siglo XIX la fatiga era un límite objetivo, que tanto obreros como capitalistas estaban obligados a reconocer, hoy en día ella expresa aspectos subjetivos e individuales, de los cuales cada persona es finalmente responsable.

La fatiga ya no indica la necesidad de descansar, sino que es la antesala del trabajo productivo.

Asimismo, el trabajo ya no solo consume energía, sino que es también fuente de ella.

Por lo mismo, el deseo de descansar ha dejado de ser una necesidad del cuerpo humano que se puede politizar, deviniendo expresión de pereza individual, es decir, uno de los siete pecados capitales.

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