Se inicia el camino de la paz

A medida que pasaban las horas y no se concretaba un acuerdo, que había parecido muy cercano a la hora de los noticieros, muchos desesperaron de que se pudiera llegar a un buen final. No obstante la tensión y el cansancio, el hecho de que nadie se levantara de la mesa, sino que persistiera negociando era la mejor señal que se podía tener. 

Hay que reconocer los méritos colectivos. La idea de que no se le podía fallar al país predominó en todos los sectores. Llegar a este punto dice mucho de nuestros defectos, pero vencer los propios temores y firmar un compromiso de voluntades vinculantes, habla de nuestras virtudes. 

El acuerdo se expresa de un modo simple de resumir, es la ciudadanía la que, en abril, decidirá en plebiscito si quiere una “convención” (eliminando la referencia directa a “asamblea constituyente”) compuesta únicamente por ciudadanos electos o en combinación paritaria con parlamentarios. 

Quienes redactarán la nueva Constitución se eligen en octubre, junto con las elecciones municipales. El organismo fijara las normas de funcionamiento por un quorum de dos tercios. Se funcionará entre 9 meses y un año. Todo concluye con un plebiscito ratificatorio y la aprobación final del parlamento. 

Obviamente quedan muchas cosas por definir, pero lo más notable es que el documento en si es un compromiso de voluntades. Los partidos se comprometen a aprobar lo acordado en el Congreso Nacional. Se recupera la confianza en la palabra empeñada. 

En seguida, queda claro que, por la vía institucional se llega a un procedimiento mediante el cual quienes redacten la nueva Constitución bien pueden ser exclusivamente ciudadanos electos para estos efectos. Esto significa que muchos tuvieron que superar temores para firmar este compromiso. 

En el fondo, poco se puede temer que se produzcan cambios muy significativos en la composición política del órgano de cambie la norma fundamental. El descontento ciudadano no ha tenido límites, cubre todo el espectro político, unifica respecto de los rechazos, pero no unifica respecto de las preferencias. 

La manifestación en la calle no es lo mismo que la manifestación en las urnas.

El país se encontrará con que las grandes orientaciones políticas no se han de reinventar de aquí al momento en que tenga que votar por sus representantes.

Más aun cuando está en sus manos conseguir un cambio completo de rostros y refrescar el escenario con aires nuevos. No va a desperdiciar esta oportunidad. 

Otros se preguntan si un acuerdo entre políticos va a detener la violencia en la calle. La respuesta es que se logrará pero no de inmediato ni por arte de magia. 

El estallido social se produce cuando una amplia mayoría llega a justificar la superación de las reglas de convivencia “normales”, lo que da pie a que el uso de la violencia se exprese de un modo que no puede ser controlado, dada su magnitud.

Lo que se quiere es que el país cambie, no que se vuelva violento. Si la mayoría siente que el cambio es real, que empiezan a ser escuchados y respetados, volverán a respetar las normas y la violencia quedará sin piso.

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