Ser un partido progresista

La Democracia Cristiana enfrenta en estos días un debate crucial que, más allá de lo electoral, implica resolver su crisis de identidad para que los chilenos entiendan qué se puede esperar y cuál es el proyecto de dicho partido. No es un debate a puertas cerradas, es una discusión que interesa a todo Chile y, en especial, a los sectores populares de jóvenes y trabajadores.

Somos de aquellos que sostienen que la DC ha sido desde su fundación -y debe seguir siendo- un partido progresista. Tengamos presente que, de acuerdo con el Diccionario de la Real Academia, "un partido progresista es partidario del progreso político y social, y del desarrollo de las libertades públicas". Por extensión se deduce que este partido:

  • Defiende los derechos fundamentales y libertades públicas
  • Mira el bien común y el servicio a las personas
  • Está atento a los problemas reales de la sociedad

Por parte de los grupos conservadores que trabajan para destruir ese partido y llevarlo a las aguas de las derechas (¡el llamado centro no existe!), se atribuye a quienes nos definimos como progresistas el ser "izquierdosos" -cuando no "comunistas"- y tratar de imponer una línea que no corresponde a la Democracia Cristiana.

Sin embargo, los porfiados hechos, nuestra historia y el testimonio de sus fundadores y grandes líderes nos dan la razón. ¿Entonces qué hace en el partido un militante que no sabe o que no concuerda con aquello?

En efecto, la gigantesca tarea política desarrollada desde la creación de la Falange Nacional hasta la creación del Partido Demócrata Cristiano (1938-1957) y el testimonio notable de sus jóvenes líderes cuando fueron llamados a colaborar en funciones ministeriales, y, en particular, las transformaciones políticas y sociales desarrolladas desde el gobierno de Eduardo Frei Montalva (1964-1970), pasando por el combate a la dictadura de Pinochet -después de errores y la confusión inicial de nuestra dirigencia- y la disminución de la pobreza en los gobiernos de la reconstrucción democrática confirman su carácter progresista.

Esperamos que la próxima Junta Nacional de ese partido, cumpliendo su responsabilidad histórica, realice un debate de fondo, con altura y con perspectiva de futuro, y no sólo centrado en un análisis electoral, que es vital para su sobrevivencia, pero que aparece contaminado con prejuicios, ambiciones, odiosidades personales o hipótesis de ciencia ficción. Invito a sus miembros, y en general a los lectores, a tener presente lo que sus propios fundadores han afirmado en distintos momentos de nuestra historia.

En ese contexto, comparto el testimonio de Radomiro Tomic, en el homenaje a los fundadores, expresidentes nacionales del partido, realizado en Santiago el 24 de julio de 1985, con motivo del 50 aniversario de la creación de la Falange Nacional.

Afirmaba Tomic, en esa ocasión, que la joven generación cristiana de los años '30 dio nacimiento a la Falange Nacional: "Para denunciar el viejo orden falsamente cristiano e insuficientemente democrático y para anunciar que los valores cristianos hacen posible construir una nueva sociedad 'vitalmente cristiana' y una nueva democracia que responda efectivamente al noble sueño del Leñador que liberó a los esclavos en Estados Unidos: el gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo".

Tomic repasa lo que él llama "las dos motivaciones fundamentales" que los llevaron a dar vida a la Falange Nacional: a) el imperativo cristiano, y b) el imperativo patriótico.

Respecto del imperativo cristiano, decía Tomic en esa tarde del frío invierno de 1985: "Casi todos veníamos de la Acción Católica. Frei era presidente nacional de la Juventud Católica, otros de la ANEC; yo presidente de la Acción Católica Universitaria, otros de provincias o de sus parroquias, atraídos a la Acción Católica por el angustioso desafío del papa Pío XI: 'El mayor escándalo del siglo XX es la apostasía de las masas'".

"¿Por qué la apostasía de las masas si todo en el Evangelio privilegia a los pobres con quienes se identifica una y otra vez el propio Jesucristo? ¿Quiénes, cuándo y cómo y por qué habían logrado que la iglesia pareciese la 'aliada natural' del 'poder establecido', de los ricos y de los 'satisfechos' de este mundo? Quienes denuncian este verdadero sacrilegio de usar el nombre de Cristo para legitimar la explotación de los débiles y de los pobres son, en nuestros días, acusados de 'seguidores de Marx', o de 'marxistas hipócritas', aun cuando se trate de hombres de iglesia cuya vida se consume ardiente y pura en medio de los pobres. Los abogados del 'rico Epulón' no vacilan en acusarlos a ellos, a estos 'testigos de Cristo entre los pobres' y no a la 'violencia institucionalizada', es decir a las 'injusticias consagradas por las leyes', denunciadas en Medellín por el episcopado latinoamericano, junto al papa Pablo VI, como los responsables de la 'apostasía de los pobres'. Lo hicieron antes con la Falange Nacional (comunistas, peores que los comunistas), lo hicieron también con la Democracia Cristiana, y volverán a hacerlo cuando la hora llegue".

Y agregaba: "Esta reflexión es necesaria porque en verdad la Democracia Cristiana no habría sido nada ayer, ni lo sería ahora, ni lo será mañana, sino en la medida que busque su fundamentación moral en la convicción de que sólo los valores esenciales del cristianismo pueden ser el basamento de la 'Civilización del Amor', y más concretamente de un nuevo orden vitalmente cristiano, en palabras de Maritain, necesariamente antagónico al 'egoísmo sistematizado' que es el alma y el motor del orden materialista contemporáneo".

Y respecto de lo que él llamó el imperativo patriótico, señaló: "Otra cita de Pío XI determinó la decisión de muchos. El papa había dicho: 'La forma más alta de la caridad -del amor a Dios en el servicio al prójimo- después del estado religioso mismo, es la política, es la acción política'. Es claro que un partido político de inspiración cristiana sin cristianos será tan infecundo como un árbol de cartón. Igualmente claro debe ser, sin embargo, que un partido político es mucho más y mucho menos -¡las dos cosas a la vez!- que un conjunto de proposiciones ideológicas o filosóficas frente a Dios, al hombre, la historia, etc. La Falange Nacional ayer y la Democracia Cristiana hoy no se justifican solo por su fundamentación, sino por las opciones definidas que deben asumir en la valoración de las realidades concretas determinantes del presente del país en que actúan, y de la efectividad de su esquema de transformación y avance en el futuro. Así, en el plano político conceptual y en nuestra acción concreta, la lucha contra las injusticias inherentes al orden establecido y por la sustitución del capitalismo, fue una de las dos "motivaciones fundacionales" que generaron la Falange Nacional".

Hoy como ayer, nuestras dos metas centrales eran: 1) La sustitución de las minorías sociales -que se autoperpetuaban como "clases gobernantes" por el control desorbitado de la propiedad y del crédito, del prestigio social, del acceso a los niveles superiores del sistema educativo y, en ocasiones, por la nefasta alianza con los hombres de armas- por las grandes mayorías nacionales, marginadas por más de un siglo de una participación creativa en los centros de poder político, social, económico y cultural, y 2) en el proceso productivo, la sustitución del capital financiero por los trabajadores organizados como motor fundamental de la economía, fundamento indispensable para un gran esfuerzo nacional de trabajo y disciplina social y laboral, de producción y productividad, y de distribución equitativa de los frutos del esfuerzo productivo.

Terminó Tomic esa intervención aún con mayor claridad diciendo: "En 1935 no teníamos aún la precisión del lenguaje que la Democracia Cristiana utilizaría en marzo de 1971, en su Ampliado Nacional de Cartagena: 'Un partido socialista-comunitario, pluralista y democrático, en lucha por hacer de Chile una sociedad socialista-comunitaria, pluralista y democrática".

Los militantes de ese partido tienen en su próxima Junta Nacional la responsabilidad de entregarle al país el compromiso de una conducta política progresista que recupere sus valores y principios sin ambigüedades.

Pueden revisarse, por supuesto, varios de sus fundadores y grandes líderes como Eduardo Frei Montalva, Bernardo Leighton, Gabriel Valdés y no se encontrará ninguna referencia histórica a que el objetivo del partido sea buscar alianzas con la derecha ni situarse en el centro político.

Sí, la ratificación por nuestros fundadores de nuestra vocación revolucionaria para cambiar el orden establecido y construir una nueva sociedad plenamente humana. Sí, somos un partido progresista, nunca conservadores o administradores del statu quo. Dispuestos, en momentos históricos como el que vivimos, a trabajar con todas las fuerzas progresistas para avanzar en bien común y justicia social conscientes de nuestras diferencias, pero sin exclusiones.

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