Tomás Vodanovic: Obras son amores

Tomás Vodanovic, según la encuesta Cadem, es el político mejor evaluado del último tiempo en nuestro país. De ahí que no sea nada trivial su reciente autocrítica en la UDP, refiriendo a que el Frente Amplio ha retrocedido en conectar con las mayorías desde sus espacios de poder, pero no así en lo local: "El Frente Amplio, tal como se concibió desde las dirigencias estudiantiles o los espacios parlamentarios, hoy día tiene poco que conectar con la ciudadanía, pero yo creo que en su dimensión más local sí lo hace". Y lo local para Vodanovic es el lugar de la gestión.

Si algo distingue al alcalde es su confesa pasión por la gestión. Lo escuchamos celebrar su último triunfo electoral diciendo que era imposible "no emocionarnos con el mayoritario respaldo que nuestra gestión municipal acaba de recibir el día de hoy. Es un reconocimiento a la buena gestión pública a la pega bien hecha a la gestión transparente a la gestión cercana". La palabra "gestión" parece ser la rima que coordina su discurso. ¿Los resultados? Acabó con el déficit municipal, mejoró sustantivamente los sistemas de alcantarillado, despejó la Plaza de Maipú de toldos azules, entre otra serie de iniciativas exitosas propias de la escala municipal.

"La mejor manera de decir es hacer", refirió el alcalde. Más de alguna sabia señora resumiría: obras son amores, y no buenas razones. Y en un municipio devastado por la gestión de la exalcaldesa Cathy Barriga, hoy en prisión preventiva, ¿qué otro acto de amor podrían pedir los vecinos que obras?

El centro en la gestión de Vodanovic sin duda ha servido para recuperar la confianza. También es innegable que la construcción política basada en la gestión comporta sus propios peligros. La gestión es necesaria, pero no suficiente. Hay, al menos, tres problemas en la persistencia de un énfasis excesivo en la gestión como horizonte político, sobre todo con miras a la proyección nacional de Vodanovic.

El primer problema es temporal. La gestión tiende al corto plazo, y confina la acción política a resolver problemas presentes. Pero la imaginación democrática, sobre todo desde la izquierda, depende de un compromiso prioritario con la transformación, y por tanto, con cierta dimensión de futuros más largos. Esto es un factor central de la actual crisis de la democracia. Hace solo unos días el expresidente de Uruguay José Mujica reiteraba que a los populismos se los enfrenta con "políticas de largo aliento", para lo que era necesario una "teoría creativa que apunte hacia el futuro". Imaginar la gestión más allá de la gestión protege la democracia.

El segundo problema es que enfatizar exclusivamente la gestión oculta diferencias ideológicas sustantivas. Alcaldes eficientes en su gestión como Claudio Castro o Evelyn Matthei seguro tomarían decisiones muy distintas frente al aborto, una reforma tributaria o las jubilaciones. Ese programa implícito en la gestión municipal tendría que ser declarado ante una futura carrera presidencial.

El problema final, acaso el núcleo central, es que hay problemas que no se pueden gestionar sino por referencia a una decisión política. No olvidemos que la fama de tecnocracia que ostentaba la Concertación se vio más de una vez sobrepasada por la dinámica ingestionable de los movimientos sociales. Bachelet promulgaba el 2009 la ley General de Educación (LGE) que reemplazaba a la ley Orgánica de Educación (LOCE). Ese esfuerzo no pudo evitar la movilización estudiantil en Chile de 2011.

La gestión puede ser nutrida por una imaginación política sustantiva que permita concebir no solo mejoras sobre nuestras vidas presentes, sino una visión integral del futuro de Chile. Al final de su triunfal discurso, Vodanovic privilegió las infraestructuras y obras antes que los programas sociales. La reparación de fugas, la pavimentación, la construcción de comisarias y centros de salud. Ahí hay un camino posible. Pero antes que el trabajo ya bien hecho, hablar del trabajo que está por hacer: las paredes y fundamentos sobre las que se construirá el Chile del futuro.

Porque obras son amores. Pero para querer al país no basta quererlo como es, sino quererlo ver crecer, como se quiere a la tierra cultivada, a la casa propia, y al hijo o la hija que la habita.

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