Voy a tomar palco

La frase no fue un lapsus, fue un retrato. Cuando a Ximena Rincón se le escapó ante un micrófono abierto aquello de que "voy a tomar palco", no estaba simplemente ironizando sobre el destino de un gobierno: estaba describiendo su propio oficio, el arte de trepar en la política chilena sin más brújula que la conveniencia inmediata. Hoy, cuando el Tribunal Calificador de Elecciones le cierra la puerta a su tercer período consecutivo en el Senado, Rincón pretende disfrazar de injusticia lo que en realidad es un acto de justicia constitucional. El artículo 51 de la Carta Fundamental es explícito: los senadores solo pueden reelegirse una vez de manera inmediata. Rincón ya lo hizo. Punto. Todo lo demás es resquicio, manipulación semántica y victimismo.

Su defensa se refugia en la idea de que no cumplió "medio período" en su primer mandato, como si abandonar el cargo para ejercer ministerios pudiera borrar los años servidos en el Congreso. La reforma constitucional de 2020 fue clara: si se ejerce más de la mitad del mandato, el período cuenta. Pretender que las interrupciones son una coartada equivale a legitimar la trampa. Es el mismo estilo que la ha acompañado en toda su trayectoria: girar, retroceder, contradecirse, pero siempre salvar el pellejo.

Y hay una ironía mayor: se ampara en la Constitución que se negó a reformar a fondo, escudándose en un inmovilismo que hoy la condena. La Carta Magna que tantas veces usó como muralla para frenar cambios sociales y políticos es la que ahora marca su límite. Dentro de esa Constitución, su tiempo se agotó. Y se nota. ¿Acaso no votó contra los retiros previsionales para luego abrazarlos cuando el viento soplaba a favor ¿No promovió la reforma de los 4/7 como "plan B", mientras presentaba cada giro como una gran cruzada republicana? La coherencia no forma parte de su inventario político: lo suyo ha sido siempre adaptar el discurso al cálculo, y hoy el cálculo la abandona.

Tampoco es válido el recurso sentimental de esgrimir el derecho a ser elegida. En democracia los derechos políticos existen dentro de los límites que fija la Constitución. Nadie tiene derecho adquirido a eternizarse en el poder. Así lo entendió la mayoría del Tricel, que interpretó con rigor el principio republicano de alternancia. El voto de minoría, al relativizar la norma, habría abierto la puerta a la perpetuidad disfrazada.

Que el Servel aceptara su candidatura en un primer momento es irrelevante: la última palabra la tiene el tribunal, y lo que resolvió fue categórico. El fallo reafirma que ninguna astucia, ningún oficio de trepar, ningún giro oportunista puede estar por encima de la supremacía constitucional.

Rincón ha construido su carrera como equilibrista entre bloques, como profesional del acomodo. Su partido -Demócratas-, creado a la medida de su ambición, pretendía hoy vestirla de renovación, pero lo que quedó al desnudo fue otra cosa: la incapacidad de aceptar que el tiempo en política también se agota y se nota.

Esta historia no termina aquí. Si la derecha gana, no sería sorprendente verla buscar un ministerio -y entregar en el camino al escudero junto con el partido que formó- todo por un carguito ministerial. Su presencia resulta incómoda; obliga a hablar en voz baja porque no inspira confianza. Del "tomaré palco" al "haré todo por estar": esa es su trayectoria predecible. Veremos qué inventa, pero sus recursos políticos cansan y agotan; son como un veneno retórico que neutraliza opositores y desgasta instituciones. Por eso lo de Rincón no parece casualidad.

El palco que ella invocó no está en La Moneda ni en el Senado. Es el asiento lateral de quien, tras haber agotado sus cartas, observa desde afuera cómo las reglas que tantas veces interpretó en su beneficio finalmente la alcanzan.

La democracia chilena se fortalece no cuando los poderosos obtienen privilegios, sino cuando la Constitución se aplica con la misma severidad a todos. Ximena Rincón quiso convencernos de que su caso era especial. No lo era. Su caso era el ejemplo perfecto de por qué necesitamos reglas claras contra la perpetuación. El Tricel lo entendió. Y la ciudadanía también. Porque frente al espectáculo de contradicciones, votos cambiantes y giros estratégicos, lo único sensato, lo único digno, era aplicar la ley. Aunque a ella le duela, aunque proteste, aunque intente victimizarse, el mensaje es claro: en democracia, nadie tiene butaca reservada de por vida.

"Voy a tomar palco", dijo una vez. Y eso es lo que le queda. La justicia tarda, pero llega.

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