Cumple treinta años esta prodigiosa obra nuestra de cada día llamada Internet. Inicialmente un instrumento bélico cuya munición principal era la información, se ha convertido en un bien necesario en más de un cuarto de siglo de existencia, tan vital como la luz o el agua en nuestras casas.
Desde el secretismo de cuarteles ultra tecnológicos, que hoy nos motivarían a la risa por su obsolescencia, hasta la democratización total, e imparable, de ese conocimiento destinado a unas pocas mentes preclaras, la historia de Internet ha sido la de un vertiginoso viaje en una autopista que más bien se asemeja a una fuga desaforada, cuyo destino final es fascinantemente impredecible.
En un tiempo real cada vez más breve, esta supercarretera invisible lleva hasta cada usuario todo aquello que éste desee consumir. Ya no solo datos, sino objetos tangibles. Todo. (Escribo este adverbio no sin algo de temblor en mis dedos, por razones que expondré luego).
Sometida a un tráfico enloquecido, esta supercarretera no parece admitir silencio o estagnación en sus vías. Colecciones completas de libros, imagen y sonido se alternan con más y más contenido nuevo de parte de gente que glosa, comenta, niega, exalta, avala y refuta tales compendios, y gente que hace exactamente lo mismo con ellos, generándose cuadros casi fractales, arborescencias que redefinen de un modo cada vez más transitorio nuestra manera de ver la realidad.
Ejemplo de ello, entre muchos otros, el auge y credibilidad de teorías como el terraplanismo y el movimiento antivacunas y las consecuentes vindicaciones, más persuasivas, de la ciencia que se suceden como en un carrusel que a su vez, generan nuevos defensores o detractores.
Mallarmé habló del Libro de muchas caras eternamente intercambiables en el fondo blanco de un abismo. Declaró asimismo que el mundo existía, de hecho, para llegar a un libro.
Lo que llamamos mundo se convierte en el pretexto para nutrir los abismos de este hipertexto o texto hecho de textos que se ramifica infinitamente.
Por ende, marearse en este carrusel es de rigor, como con aquellos cuadros de op-art que simulan adentrarse en túneles multicolores de flexible geometría. Las nociones que cimentan la civilización y el racionalismo se ponen a prueba con uno de sus mejores productos. La falsificación y la evidencia se confunden en juegos de manos que creíamos fiables. Mentirosos supuestos dan el golpe noticioso de la semana. Prestigiosas academias caen en fraudes y solitarios hijos de vecino revelan hallazgos creídos imposibles.
Responder qué es real y qué no lo es ya no es una tarea sencilla. Platón estaría de fiesta burlándose de Aristóteles.
Naturalmente era cuestión de tiempo que esto se monetizara: Tiendas de toda laya ofertan lo inimaginable que se hace real como un truco de magia con la ayuda de una tarjeta de crédito y un par de clics.
Lo más atractivo no es, sin embargo, la compra y venta de productos, como la compra y venta de datos, o, más interesante aún, promoverse a uno mismo como marca.
Instituciones reputadas e instituciones perversas, y sobre todo, millones de personas reputadas, y también perversas, tienen su difusión asegurada y abundan en cualquier navegación promedio.
Si tengo algo que contar, siempre habrá del otro lado de la pantalla alguien que quiera oírme. Alguien más me ve, sin embargo, contando esa historia. A alguien le gusté con lo que dije, otro siente por mí completamente lo opuesto. Y ahora puede decirlo sin pudores de ninguna clase. Eso no es un problema. Una comunidad virtual se ha creado. Una visión de mundo se comparte.
Sea lo que sea lo que creas o lo que digas. Seas quién seas detrás de la pantalla del computador o del teléfono móvil tienes algo así como una nueva oportunidad, una “segunda vida”, como se llama uno de los juegos de simulación más célebres en la Web.
De esta manera, más que la adquisición relativamente sencilla de productos o información a gusto del consumidor, hemos transformado nuestra manera de relacionarnos con el mundo y con los demás.
Para entendernos, para acercarnos, pero también para distanciarnos y aislarnos estamos recurriendo a un modus operandi completamente nuevo, en opinión de quienes nacimos en una era predigital, pero que ya es completamente habitual como respirar para nuestros hijos y nietos.
Dicha normalización quizás nos impide dimensionar la manera cómo los seres humanos están lidiando con el otro de una manera serena y razonada. Uno se cuestiona cuando se distancia, no cuando está sumergido en lo profundo pataleando.
Lo que imaginábamos imposible, alguien lo hace realidad, lo que sea. Lo que yo estoy pensando y no digo, alguien más lo hará por mí. Todo. La fantasía, la perversión que sea.
Por ende, dicha fantasía que tú me cuentas sobre ti puede ser verdad incuestionable para otro, y armará la imagen que tiene de ti en base a los contenidos que tú mismo elegiste compartir. Y ese todo es literal, abismal. No conoce barreras éticas, morales o políticas.
Eso no es nuevo, estoy de acuerdo. Lo es la velocidad y devenir de una materialidad que es casi carnal en lo que es, después de todo, una puesta en escena electrónica, una simulación virtual.
Finalmente tu historia se convierte en el algoritmo de datos de diversa laya, extractados, cortados y pegados de aquí y allá, como un apresurado collage, y adaptas tus hábitos de vida conforme a esa versión que bien puede ser una triste falsificación y no lo mejor de ti.
Da igual si tus lágrimas son producidas o no. Esos likes que se han vuelto tu obsesión en las cada vez más cruciales redes sociales están determinando no sólo la cara que armas mientras la pantalla está encendida, sino qué grado de seducción estás logrando mientras no te falle el wifi o se te acaben los datos móviles, no en vano el influencer, el youtuber son las nuevas profesiones… tan impactantes en el mercado que ya Impuestos Internos ha puesto sus ojos encima de ellos después del comercio electrónico.
No hago una catilinaria pudibunda de Internet. La información sin cortapisas ha puesto en evidencia el cinismo de los medios tradicionales, que hasta ahora habían mutado en simples relaciones públicas del poder. La verdad ahora sí nos está haciendo libres, no es una simple metáfora.
Más aún, la existencia de este artículo no sería posible sin ella, así como la voz y obra de tantas personas que han quedado marginadas de los ghettos culturales que controlan los demás medios, personas realmente creativas que tienen mucho para aportar y de su generosidad surgen iniciativas e ideas que efectivamente pueden iluminarnos.
Interesa cómo esta carrera vertiginosa y libertina está arrasando con todo lo que conocíamos antes, sin detonar dispositivos nucleares de ninguna clase. Casi escribo “todavía”.
Borges ha dicho que la realidad anhela ceder. Los gnósticos con juiciosas razones, negaron la realidad efectiva del mundo material, tachándolo de mero simulacro de la Totalidad Cósmica.
¿Qué residuo de ese simulacro les parecería el mundo virtual, fascinante, demócrata y rápido de Internet? Esa construcción digital que se anida en un servidor que acabará pareciéndote más real que tú mismo, persuadiéndote que no corresponde sino a tu yo verdadero y el mundo al que no puedes ver si no está mediado por redes sociales te será lo real. (Esta cara tiene muchos likes, debería ser entonces mi cara). Pero cuando la pantalla se apaga y tus ojos se encuentran con aquel mudo espejo negro, ¿a quién reconoces?
Ahí es donde los verdaderos problemas y las verdaderas preguntas comienzan. Por eso quizás el ser humano de hoy está renunciado a enfrentarlos. Por eso quizás queremos estar conectados todo el tiempo.
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