La empresa Cambridge Analityca evidenció la manipulación que se realiza a través de las redes sociales, manejo que, en relación con los tradicionales medios de comunicación, está dirigido a un perfil individual.
Este episodio permite cuestionar la democracia representativa contemporánea y sus modos de articularse de manera concreta, por ejemplo, es el caso de la legitimidad de los gobiernos que se instalaron apoyados por los servicios de esta empresa: Donald Trump, en Estados Unidos; Mauricio Macri, en Argentina o de la toma de decisiones, como el Brexit, que sella la salida del Reino Unido de la Unión Europea.
Otro modo de manipulación se identificó en la elección presidencial chilena: la aplicación Twitteraudit, que identifica la cantidad de cuentas falsas de la red social, informó que para masificar la candidatura presidencial del actual Presidente se habían creado casi un 50% de seguidores ficticios, es decir, se habría simulado un apoyo que no existía.
Independiente del procedimiento, se ha manipulado la opinión y decisión de la gente; se ha entregado información adulterada, con el fin de crear una realidad que transita en la red sin control social, toscamente se inventó información que colaboró en la aceptación de una idea.
Las predicciones de George Orwell en la novela 1984, se cumplen sobradamente para dar paso, casi de manera invisible, a una manipulación de información sofisticada, dejando en evidencia la vigilancia masiva a la cual se nos somete y sepultando la práctica política a un rito desinformado.
Cambridge Analityca repone la idea de que las tecnologías no son neutras, su administración y uso tienen implicancias políticas, judiciales y éticas.
Sin embargo, no se releva el fondo del problema, el cual involucra el diseño del negocio: los propietarios de las empresas que venden redes sociales como un servicio, construyen realidades de acuerdo a los gustos, intereses y consumos que tienen sus usuarios y a las utilidades de sus empresas y quienes las contratan.
Es la llamada generación milenial la más expuesta a una estructura que funciona como vitrina de club privado, no como espacio de diálogo y deliberación.
No expande el vínculo, lo reduce, potenciando la relación (desechable y transitoria) entre idénticos, promoviendo discursos vinculados a la moda, a una estética vulgar, al mal gusto, invitándolos a reafirmar posiciones e intereses en desmedro de lo diferente, palabras como respeto, diversidad, comprensión se vuelven vacías en cuanto aparece una idea no conectada a su grupo. Las redes sociales si bien pueden constituirse en un aporte democratizador, su uso, definido por las grandes transnacionales, atenta contra el pluralismo, la tolerancia y la auténtica participación.
Cambridge Analytica y sus similares, han tenido una implementación efectiva; además de promocionar bebidas energéticas y café descafeinado, han legitimado a quienes promueven una falsa libertad de elección.
En Chile, la creación del concepto “Chilezuela” en medio de la elección presidencial, más que una construcción jocosa, fue la instalación del miedo, la desconfianza, el recelo a la continuidad de las transformaciones políticas, sociales y económicas.
“Chilezuela” consagró, desde las redes sociales, una manipulación que diversos medios de comunicación asumieron desde el anuncio de las reformas contempladas por el gobierno de la ex Presidenta Bachelet, medios que edificaron una realidad de desorden e improvisación que no aseguraba viabilidad y consistencia a los cambios prometidos.
Por lo anterior, para la democracia sería saludable crear instancias que fiscalicen el negocio de las redes sociales, que promuevan una legislación que otorgue responsabilidad social a los empresarios que mercantilizan el funcionamiento de los servicios y las aplicaciones y que doten al sistema educativo de contenidos y experiencias que contengan una mirada crítica y juiciosa hacia la tecnología, centrada en el ser humano y su desarrollo integral.
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