El día de ayer, el Presidente de la República Sebastián Piñera, señalaba a los medios que “Chile es un verdadero oasis en medio de una América Latina convulsionada”. No se necesita ser un analista internacional para afirmar que sus palabras tiene una base en que sustentarse.
A los problemas ya sabidos en Venezuela, ahora sumamos situaciones de quiebre o de peligro de quiebre democrático tanto en Perú, donde el Presidente ordenó la disolución del Congreso y el llamado a elecciones anticipadas, en el contexto de una clase política golpeada por constantes casos de corrupción, y ahora Ecuador, donde un levantamiento indígena y popular, en respuesta a la implementación de una serie de medidas impuestas por el FMI por parte del Presidente Lenin Moreno, obligaron al Gobierno a trasladar su sede de gobierno, por primera vez en la historia de dicho país, desde Quito a Guayaquil.
Pero hagamos algo de historia, en las últimas décadas no han sido pocas veces las que varios países de nuestro continente han enfrentado situaciones similares, ha sido en dichas situaciones en que la colaboración, los buenos oficios, y el diálogo han evitado quiebres mayores y escaladas de violencia, lo que hoy no vemos ante una América Latina dividida y polarizada en dos grandes bloques que se separan de acuerdo a la ideología política que profesan sus líderes.
Realizando un pequeño recuento, fue UNASUR el organismo que, por ejemplo, colaboró, con sus buenos oficios en la solución de diversos conflictos regionales, tales como el intento de golpe de Estado al presidente Morales, en Bolivia (2008); la defensa de la democracia y del orden constitucional en Honduras, durante el golpe de Estado dirigido por los sectores militares, con el apoyo de EE.UU., que derrocó al presidente Manuel Zelaya el 28 de junio de 2009; ante el intento de realizar un juicio político al Presidente Lugo, en Paraguay, cuando este destituyera a su ministro del Interior, por la pasividad frente al asesinato de campesinos y policías, por terratenientes que se oponían a las demandas de los campesinos, entre otras.
A pesar de todas estas acciones donde se pudo observar una acción efectiva de UNASUR, Chile se retiró de dicho organismo en junio del 2019, siguiendo a países como Argentina, Brasil, Colombia, Paraguay y Perú, los que denunciaron el tratado constitutivo de dicho foro.
Como respuesta a esto, se constituyó el Foro para el Progreso de América del Sur, la llegada de gobiernos de una ideología afín hacen que PROSUR sea integrado por Argentina, Perú, Brasil, Paraguay, Colombia, Ecuador y Guyana.
En Argentina el Candidato a la Presidencia Alberto Fernández ya señaló que se retirarían de dicho organismo de resultar electo, lo que es muy probable.
Sumado a la crisis en Perú y Ecuador, y en el conocido anti multilateralismo del Presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, hacen que PROSUR termine siendo un instrumento totalmente inocuo e inútil.
Al observar los fenómenos de fragilidad de la democracia, en varios países del continente, es posible apreciar la inestabilidad propia de naciones que no han tenido, desgraciadamente, un transitar institucional sólido, que introduzca, en sus instituciones y en su ciudadanía, una cultura democrática robusta, que esté en condiciones de responder, adecuadamente, a todo intento de transgresión, como los que vemos en esta hora.
De acuerdo a lo anterior, lo que vemos hoy en Ecuador es una crisis institucional, no un golpe de Estado.
Estas crisis se solucionan con diálogo, hoy en dicho país hermano nos encontramos ante una gran movilización popular, hay manifestaciones de los ciudadanos, que no son golpistas, no tienen las armas, ni tienen tampoco la idea de derrocar a un gobierno.
Lo que quieren es que se ponga fin a situaciones económicas complejas y de relaciones políticas complejas. Ante estas crisis es fundamental el apoyo internacional para buscar salidas dialogadas que eviten enfrentamientos y mayores niveles de polarización en la sociedad.
Chile cometió un error en su política exterior, haberse retirado del Tratado de UNASUR y haber constituido un bloque como respuesta a dicho organismo solo contribuyó al aislamiento de los países en nuestro continente y a impedir que los conflictos vecinales puedan ser solucionados con los buenos oficios del resto de la comunidad de naciones.
Los convulsionados tiempos políticos que vivimos en América Latina requieren colaboración entre los países, y lo más adecuado es convivir en la diversidad y no plantear bloques uniformes determinados de acuerdo a si los Gobiernos de los países son o no de determinada ideología política.
Aún no es tarde para enmendar este error y retomar una agenda de Relaciones Exteriores basada en principios permanentes y de Estado y no determinada a los vaivenes de la política contingente.
Nuestra primera obligación en esta materia es mirar el vecindario.
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