El sentido de la cruz

Los católicos conmemoramos en el Viernes Santo la crucifixión de quien creemos que es el Hijo de Dios humanado (hecho ser humano): Jesús de Nazaret. El problema es el diverso sentido que se le puede dar a este acontecimiento histórico, y digo histórico porque si hay algo seguro sobre la vida de Jesús, es que murió crucificado el año 30 d.C.

Una forma equivocada de entender su crucifixión es decir "si Jesús, siendo el Hijo de Dios, sufrió y murió de esta forma, que me queda a mí; yo que soy un pobre pecador tendré que sufrir por lo menos el doble".

En esta interpretación, todo se centra en el sufrimiento, pero resulta que ni Dios Padre ni Jesús se regocijaron por el sufrimiento de la pasión y de la muerte en cruz. Si así hubiera sido el Padre sería sádico y Jesús masoquista, fundando una religión de masoquistas. Decía Joseph Ratzinger en su "Introducción al cristianismo" (Sígueme 1969, págs. 253-254): "También es evidente que la cruz no es una suma de dolores físicos como si la mayor suma de tormentos fuese la obra de la redención. ¿Cómo podría Dios gozarse de los tormentos de una criatura e incluso de su propio hijo, como podría ver en ellos la moneda con la que se le compraría la reconciliación? Tanto la Biblia como la fe cristiana están muy lejos de esas ideas. Lo que cuenta no es el dolor como tal, sino la amplitud del amor que ha dilatado tanto la existencia que ha unido lo lejano con lo cercano, que ha puesto en nueva relación con Dios al hombre que se había olvidado de él. Sólo el amor da dirección y sentido al dolor".

Según esto, la interpretación correcta va en la línea de comprender la crucifixión de Jesús como la máxima expresión de amor de Jesús hacia nosotros. Un amor no romántico, sino concreto en cuanto que es don radical, porque comporta la entrega de la propia vida.

Pero sin duda hay un aspecto de sufrimiento. Antes de Jesús hubo miles de crucificados y después de él, millones. Jesús no fue el único, ni tampoco el que más sufrió. Tomar conciencia de esto nos puede ayudar a prevenirnos de una piedad deformada, masoquista y patológica. Jesús se hace solidario de todos los sufrientes de la historia. En la encarnación y, en especial, en la crucifixión, Dios en Jesús asume a todos los seres humanos y a todo el ser humano hasta lo más profundo y característico de él: su dolor. El Dios de Jesucristo es un Dios "sim-pático", en el sentido etimológico del término: "sim" viene del griego syn que significa con, y "pático" del verbo pásjo que significa sufrir, experimentar, padecer; por tanto, simpático significa sufrir, padecer con. El Dios de Jesucristo es un Dios que sufre con el ser humano. Pero Jesús no sufre para divinizar el sufrimiento, sino para abrirlo a la esperanza, para transformarlo en semillas de resurrección que se siembran ya aquí, tratando de eliminar sus causas.

Los cristianos estamos llamados por el mismo Jesús a "tomar su cruz", lo que significa a la luz de lo dicho dos cosas: 1°, que nuestra existencia no puede ser vivida encerrados en nosotros mismos, sino que ha de ser don, entrega, una vida que da frutos de humanización; 2°, que debe ser eficazmente sensible a los crucificados de nuestro mundo, tal como aparece en la parábola del Buen Samaritano con su ayuda eficaz.

Tal como dijo monseñor Sergio Pérez de Arce, arzobispo de Concepción, más allá de la discusión sobre el feriado irrenunciable, lo que no podemos olvidar es "la fuerte relación del Viernes Santo con los dolores e injusticias de los hombres y mujeres de hoy, porque si hay una cosa que este día nos recuerda, es que Cristo sigue sufriendo hoy en nuestros hermanos, y su entrega de amor nos debe impulsar a comprometernos en la lucha por un mundo mejor" .

Por último, testimonio irrefutable de este sentido de asumir la cruz, ha sido la vida y pontificado del querido y ahora llorado papa Francisco quien, siguiendo fielmente a Jesucristo, su maestro y señor, luchó incansablemente hasta su último aliento por los más desprotegidos y necesitados, por un mundo más humano que lo hace más divino, porque responde al sueño que tuvo Dios con su creación.

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