Remece lo conocido en relación a Renato Poblete. Golpea a todos sin distinción y se vuelve a privilegiar a la institución en lugar de las víctimas. Nadie supo nada y en una especie de victimización se esconde toda responsabilidad quedando casi a la par de quienes han sido abusados.
Una falta de respeto siniestra porque la pretendida ignorancia no es otra cosa que burlarse de los auténticamente afectados, vulnerados y usados para las pretensiones más abyectas y vergonzosos deseos criminales de los depredadores.
La declaración del Provincial Jesuita leída hace algunos días, nos recuerda la reacción de dignatarios y especialmente de algunos de los Cardenales de la iglesia Católica que por incapacidad, desidia o simplemente inercia hicieron triunfar la pobreza moral y ética, precipitando la crisis y el oscurantismo más profundo de que se tenga memoria en la iglesia Chilena.
Mientras esos caballeros en sus palacios de invierno, descansan y son protegidos por sus comunidades, quienes salimos a diario a nuestros quehaceres habituales somos agredidos y acosados como victimarios, sospechosos de asqueroso proceder como he sido víctima más de una vez.
Lo sucedido con “el verdadero Jesuita”- nombrado alguna vez por un hermano de comunidad -, esa doble vida, puede suceder y estar sucediendo ahora en la misma institución o en cualquier otra: en colegios, la empresa, universidades, ministerios, el Estado, Fundaciones, etc.
Tratando de entender el “posible” desconocimiento de una vida doble, como dijo alguna vez Voltaire: “…hombres que se reúnen sin conocerse… Viven sin quererse y mueren sin llorarse”, podría ser la razón del silencio infernal de lo conocido de la vida del Padre Renato Poblete.
Lo que corresponde para evitar el averno de miseria que ha acompañado últimamente a nuestra iglesia es una preocupación seria, responsable y madura, con nosotros mismos y los demás; denunciando, enfrentando y ayudando a quienes manifiesten conductas que no se condicen con el estado de cada persona.
Si los hechos de abuso sexual, de poder y de conciencia se hubiesen examinado con oportunidad, diligencia y transparencia, hoy no se estaría cuestionando la necesidad de investigar al propio Padre Hurtado.
Ojalá los causantes de tal proceder impropio, en la iglesia, puedan dimensionar la profundidad y el caos a que nos llevó la insensatez y la imprudencia.
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