Teresa de Calcuta, Santa para la iglesia y el mundo

Era una mañana de enero de 1992, en el Centro de Investigación Médica de La Jolla, California. Toda esa infinita esperanza acumulada al viajar miles de kilómetros, para darle salud a nuestro amado Ignacio, se derrumbaba entera con el desolador diagnóstico del Dr. Ernest Beutler, no había cura para nuestro hijo. 

Fue el momento más amargo de nuestras vidas, todo quedaba nublado y sin sentido. El vacío interior era sideral, mientras en el exterior todo parecía ajeno.

El médico asistente salió a despedirnos con un escueto diálogo repleto de fraternidad humana. Él quería consolarnos sin haber motivo para ser consolados. Con respeto sublime nos dice: "Sé que han viajado de lejos, con una esperanza que ya no existe. Pero si quieren, puedo conseguir que vivan este momento con la Madre Teresa de Calcuta.Ella está internada en la clínica." 

Llegamos a su habitación. Ella estaba convaleciente de uno de tantos infartos que sufría. Permanecía en su cama, acompañada de una religiosa que la asistía. El médico nos presentó y se despidió. Era un cenáculo lleno de la mayor nobleza humana, repleto de fraternidad y caridad pura y santa. La Madre Teresa, su asistente, Ignacio, Mirna mi esposa, Natalia nuestra hija y yo.

Madre Teresa tomó en sus frágiles brazos a nuestro Ignacio, lo tuvo largamente, fue el ofertorio más excelso que hayamos vivido. Nos abandonamos en un diálogo y en una oración sencilla y profunda. Llenamos el espacio y el tiempo en una contemplación interminable. El tiempo se detuvo en el umbral de las puertas del Cielo. 

Con Madre Teresa asumimos toda nuestra fragilidad humana y nuestra impotencia, aceptando que aquel ser amado infinitamente, Ignacio, era un regalo fugaz.

Dios se manifestó como un padre y una madre, maravilloso. Ese día, en La Jolla -como tantas veces en la historia de tantos- bajó del Cielo para mostrarnos su rostro amoroso, sólo para consolar, y lo hacía con el rostro de su hija predilecta, Teresa de Calcuta. Es lo que hace tantas veces, con tan diversos rostros cercanos.

Así conocimos el amor de Dios, que cruza todas las barreras humanas, siendo testigos del milagro de la consolidación y de la aceptación.

Aquel acontecimiento tuvo lo esencial, la presencia y la memoria de nuestros corazones agradecidos. Y como todo lo divino, aquello ha quedado grabado como una experiencia indescriptible, como un recuerdo interior que nos levanta cuando la vida flaquea. 

Hemos sido testigos del Amor de Dios y de la grandeza de esa mujer "insignificante", porque humanamente representaba lo que el mundo tiene por necio y despreciado, haciéndose ella, ícono de la debilidad humana, porque con su debilidad resplandecía precisamente la grandeza de Dios. (1 Cor 1, 26-31)

Con motivo de la canonización de la Madre Teresa de Calcuta, celebramos con nuestra Iglesia, a pesar de sus muchos defectos, este acontecimiento que revela que Dios sigue acompañando incansablemente a sus hijos e hijas a través de la historia, multiplicando esa esperanza que alimenta y que sostiene.

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