Coescrita con Mauricio Soto-Suazo, doctor en Biología, secretario ejecutivo Asofamech y profesor titular Universidad Finis Terrae
La atención de salud de las personas exige los más altos estándares de rigurosidad técnica y calidad humana. Este estándar debe impartirse en la formación profesional no solo mediante la teoría, sino también a través del ejemplo de los académicos hacia sus alumnos, tanto en el aula como en los entornos clínicos de enseñanza.
Por tanto, es incompatible con una formación de alta calidad la presencia de prácticas abusivas o de maltrato en los programas de formación de profesionales de la salud. La literatura evidencia cada vez más que el maltrato durante la formación conduce a una atención deficiente a los pacientes, obstaculiza el proceso formativo, deshonra a las víctimas y fomenta actitudes deshumanizadoras en los futuros profesionales y/o especialistas. El tema por ende es de suma importancia también para el sistema de salud, que recibe a los nuevos profesionales y especialistas.
Es responsabilidad de todos quienes ejercen y enseñan en el ámbito de la salud educar con calidad y humanidad. Los educadores deben servir como modelos de comportamiento ético y compasivo para los estudiantes, demostrando empatía, respeto y profesionalismo en todas las interacciones con los pacientes y colegas. Así como también deben crear un entorno de aprendizaje donde los estudiantes se sientan seguros para expresar sus ideas, cometer errores y aprender de ellos sin temor a ser juzgados o maltratados.
Es justo y necesario que las instituciones de educación robustezcan sus medidas integrales orientadas a prevenir, investigar, sancionar y erradicar de manera efectiva este tipo de situaciones. Así como también, fortalecer los programas de educación continua a sus académicos para garantizar una educación de calidad y un ambiente de aprendizaje seguro para los estudiantes.
La responsabilidad del sistema sanitario es fundamental, ya que no solo sirve como escenario clínico para la enseñanza, sino que también proporciona profesionales que luego se convierten en académicos de las instituciones educativas. Por lo tanto, es imperativo que todos los involucrados en la enseñanza y la práctica adopten y apliquen protocolos efectivos de prevención, investigación y sanción de estas situaciones.
En este contexto, el continuo perfeccionamiento de los programas de formación, tanto de pregrado como de postgrado, debe ir de la mano con la profesionalización de la docencia. Esto implica ofrecer capacitación constante a los equipos académicos en conceptos y técnicas educativas, lo que constituye una herramienta crucial para prevenir estas situaciones. La transparencia en los procesos formativos junto a la estandarización de los sistemas de enseñanza y evaluación, permite dar tranquilidad a la comunidad educativa: alumnos y académicos, de la justicia y respeto en los programas de formación.
Solo al avanzar como sistema de salud y educativo, en la constante profesionalización de la enseñanza, podremos erradicar las dinámicas violentas arraigadas desde tiempos pasados en los entornos clínicos de formación.
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