A fines de mayo se conmemora el Día Mundial de la Salud Digestiva y es un tema al que debemos prestar mucha atención, sobre todo en nuestro país donde la incidencia de enfermedades relacionadas está aumentando. Por ejemplo, 25 de cada 100 chilenos presenta un cuadro de colon irritable (aun cuando la proporción mundial es de casi la mitad); en tanto, el 70% chilenos tiene en su estómago la presencia de la Helicobacter pylori (una bacteria que incide fuertemente en la aparición de cáncer gástrico), mientras que en el resto del planeta el promedio no supera el 50%, de acuerdo a datos entregados por la Organización Mundial de Gastroenterología y la Sociedad Chilena de Gastroenterología.
Entre las enfermedades digestivas con mayor prevalencia en nuestro país se encuentran el reflujo gastroesofágico, el hígado graso, la cirrosis hepática, el intestino irritable y la enfermedad inflamatoria intestinal, aunque los cánceres gástricos y de colon presentan una alta mortalidad, encontrándose dentro de las cinco causas más frecuentes de fallecimientos. Lamentablemente, se suelen tener diagnósticos tardíos ya que muchos de quienes padecen los primeros signos de éstos (como reflujos o gastritis) tratan de manejarlos a través de la automedicación, lo que provoca la visita al especialista cuando los fármacos utilizados ya no son capaces de controlarlos.
En este escenario, es fundamental la educación y concientización de la población respecto a su salud digestiva y los factores que pueden afectarla o perjudicarla. Uno de estos son los medicamentos, algunos de ellos recetados y otros de venta libre. A pesar de que todos los fármacos comercializados en Chile son seguros y eficaces, en ciertas personas pueden tener efectos nocivos, ya sea por la interacción que puede provocar con otro medicamento, por sus efectos secundarios o por la forma en que éstos actúan (pudiendo esconder sintomatología necesaria para un diagnóstico).
Por ejemplo, un estudio publicado en el British Medical Journal demostró que uno de los medicamentos más comunes utilizados para tratar el reflujo y la acidez podría aumentar el riesgo de cáncer estomacal en casi 250% si existe un uso continuado en su ingesta. Nos referimos a los inhibidores de la bomba de protones (IBP), entre los que se encuentra el omeprazol, esomeprazol o lansoprazol, utilizados para suprimir la producción de ácido en el estómago y que están entre los más vendidos a nivel mundial.
Por esto, la automedicación será siempre un agravante que puede, incluso, desencadenar complicaciones adicionales. De ahí que el llamado sea a visitar oportunamente al médico correspondiente y adoptar los tratamientos y medicamentos que éste prescriba tras el diagnóstico. Como químicos farmacéuticos requerimos educar y empoderar a los pacientes cada vez que consultan en nuestros mesones, como un agente proactivo de su propia salud.
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