"A río revuelto…": Magnates tecnológicos y el reemplazo de la verdad por la plausibilidad

Coescrita con Marco Billi, doctor en Procesos e Instituciones Políticas y académico U. de Chile

La imagen de los magnates tecnológicos en la inauguración de la presidencia de Donald Trump posee una carga simbólica más profunda de lo que pueda aparecer. En un plano más superficial, puede señalizar la posibilidad de una intervención más fuerte de actores económicos en la política -lo que, a fin de cuentas, es hoy casi un lugar común-. Pero más profundamente, puede ser señal de algo más sutil: La paradójica relación entre construcción de verdad y de post-verdad y la creciente fundamentación de la política contemporánea precisamente en esta paradoja

En un mundo donde gran parte de lo que sabemos -o creemos saber- transita por internet, la inteligencia artificial y las redes sociales, la prominencia de figuras como Elon Musk, Jeff Bezos y Mark Zuckerberg, quienes han construido su fortuna precisamente a partir de estas herramientas, resulta significativa. Más aún, la presencia de Elon Musk en la Casa Blanca parece ser un indicador más revelador sobre la dirección que podría tomar la política estadounidense que las declaraciones bombásticas del nuevo presidente.

Internet y las redes sociales se han convertido en herramientas fundamentales tanto para informarnos como para construir las opiniones desde las que interpretamos la política. Al mismo tiempo, son una de las principales causas de la creciente polarización y multiplicación de esas opiniones, contribuyendo a la progresiva difuminación de los límites entre lo verdadero, lo falso y lo plausible, con la consecuente erosión de la confianza en la existencia de criterios claros de validación.

Valga decir, la prensa ha siempre sido presa de esta tensión, a mitad entre la ética de la crónica y la tentación de la propaganda. Pero con el advenimiento de las nuevas tecnologías, incluidas las herramientas de inteligencia artificial, que este grupo largamente maneja y promueve, este proceso de construcción de nuevas realidades se ha simplificado significativamente. Imágenes, vídeos, audios, textos: todos pueden ser manipulados o generados desde cero con una precisión que desdibuja las fronteras entre lo creado y lo registrado. Al mismo tiempo, las salvaguardas que antes permitían distinguir entre verdad y falsedad, como la autoridad institucional, se han vuelto cada vez menos efectivas frente a la dinámica acelerada de las redes sociales y los algoritmos de amplificación. Equivalentes funcionales ya ensayados, como la definición de la verdad a través de la experticia o en función de la opinión de los medios tradicionales, demuestran cada vez más sus límites, sin solución definitiva a la vista más que la intuición individual. En una aceleración de un proceso paralelo a la modernidad, la realidad es ya reemplazada por la plausibilidad, la creencia individual en algo que, al menos de oídas, suena como razonable.

El resultado, del cual ya se ven avances, es la generalización de una actitud incrédula que no surge de un rechazo absoluto a la verdad, sino de la multiplicidad de narrativas plausibles que compiten por estructurar la comprensión de los acontecimientos. Su correlato es una sospecha de manipulación, que convierte incluso las verdades más evidentes en objeto de potencial escepticismo, y todo quien afirme esas verdades como sospechoso de estar forjando esa verdad para perseguir sus objetivos personales o faccionales. En este sentido, la duda mediática parece erigirse como horizonte permanente de la experiencia, fundada en el principio de que todo es un ejercicio de comunicación y de que puede ser, por lo tanto, construido de otra manera.

Sin embargo, y paradójicamente, esos mismos personeros que promueven el uso irreflexivo de estas herramientas no solo se enriquecen a costa de esa erosión de verdad, sino que a la vez consolidan por ese medio su poder de ser los que afirman, pese a esa misma incredulidad, la verdad que hace tendencia: no porque sea más robusta o más fundamentada, sino porque es más ruidosa, más escandalosa, más veces leída o compartida en redes sociales, más aparentemente ubicua (aunque, los algoritmos que controlan lo que aparece y lo que se comparte no son en absoluto neutros, y bien sabemos cómo fueron manipulados en pasado). En este panorama, la figura de los magnates tecnológicos trasciende su dimensión como actores económicos para convertirse en agentes simbólicos de una transformación quizá más profunda, de alcance a la vez político y también epistémico. Al concentrar y distribuir las herramientas tecnológicas que definen la circulación de información, encarnan tanto la capacidad de estructurar narrativas como la imposibilidad de fijarlas de manera definitiva. Así, su imagen en la inauguración de Trump no solo señala su presencia, sino también la creciente volatilidad de los significados en la esfera pública.

Todo este fenómeno -significativo por donde se le mire- subraya una tensión central: mientras las tecnologías avanzadas amplían exponencialmente el acceso a la información, también multiplican la ambigüedad, y mientras esto promueve incredulidad, también nutre el deseo para realidades más simples, menos transcendentales, más inmediatas, más relativas, verdades que se puedan consumir e influenciar por medio de nuestras decisiones de consumo de información. La inmediatez que caracteriza el consumo mediático contemporáneo favorece un ciclo perpetuo de generación, cuestionamiento y olvido de las narrativas. En este contexto, el tiempo para construir consensos o discernir lo verdadero de lo falso se ve comprimido hasta volverse casi irrelevante.

El resultado es una sociedad que, inundada de información, encuentra paradójicamente cada vez más difícil establecer certezas compartidas en que construir una visión de sociedad y un programa de nación largo plazo, pero encuentra espantosamente fácil compartir certezas fatuas en base a que votar a autoridades fútiles que puedan darnos más content sobre que ejercer nuestro constitucional derecho a poner o no poner nuestro like o follow.

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