"Cuando te rompen el corazón y tu cuerpo paga las consecuencias de irte a escalar cerros para sanar" o "tengan más responsabilidad afectiva por fa, ya somos demasiados montañistas" son algunos de los shorts que abundan en redes sociales que ironizan sobre una de las causas de la moda del trekking, la idea de pasar las penas de amor en lo alto de la montaña, selfie mediante, claro está.
Es una curiosa causa, pues solía pensar que esa moda en la generación Z era de índole estética ya que el yo como objeto de diseño, que anhela exhibirse y ser admirado por otros, busca escenarios y escenas espectaculares para competir por la mejor fotografía, y qué mejor que la naturaleza de fondo como testigo de nuestras proezas físicas, nuestro estilo de vida con tiempo libre para actividades recreativas -un lujo y a la vez una exigencia hoy en día- y demostrar que estamos felices, muy felices.
Los códigos del trekking no son los mismos de la vida a cota cero; subiendo cerros saludamos a cuanta persona pasa en sentido contrario, pero cuando subimos en ascensor, jamás nos saludamos, o como Heidi, recogemos alguna basura que vemos por el sendero, mientras, pasamos de largo por la basura que está en nuestras calles. Algo cambia en nuestro interior en las alturas, algo que permite que allí emerja el yo ideal, dejando en el valle nuestra peor versión -la de siempre- liberando en las cimas al ser idealizado de nosotros mismos, un ser reflexivo, en pausa, consciente de sí, en paz.
Podría pensarse que ese escenario es propicio para un estado emocional de introspección, rodeado de naturaleza y de silencio, perfecto para pasar las penas del corazón por el encuentro que se da dentro de nosotros. Pero hay algo más profundo que explicaría la leyenda "dicen que subir cerros es para corazones rotos, y puede ser cierto, porque subir montañas es como un gran masaje al corazón".
El yo ideal es un estado del ser que necesita del súper yo para validarse, requiere una voz que siempre le exija, que nunca esté conforme, que lo critique, que lo enjuicie, que lo hiera. Así, el deber ser es quien comanda desde el inconsciente las caminatas outdoor para las penas de amor, pues si estás sufriendo por amor, entonces debes sufrir más para superarlo; debes dar sentido a tu dolor con otra dosis de dolor, y a través de la exigencia física, del esfuerzo y la lógica del logro -porque convengamos que los trekkings son hermosos pero dolorosos- se da en los corazones sangrantes una danza que oscila entre el recogimiento y la euforia, un estado que produce la sedación a nuestra neurosis, el alivio a la contradicción que nos tortura, a los recuerdos de ese amor perdido, la superación simbólica de nuestros fracasos o incluso la significación de los dolores que sí hemos superado, a través de la metáfora del escalador.
"Tu cuerpo paga las consecuencias de irte a escalar para sanar", dice el short de Tik Tok, masoquismo puro en una era hedonista. Tal vez la generación Z no se burla de sí misma con esos memes sobre sus paseos al aire libre "a subir cerros, porque ya me di cuenta, que para el amor no sirvo" o "quizás lo mío sea subir cerritos y no enamorarme" ya que sólo se está tratando con algo de condescendencia, haciendo honor a su apodo de generación de cristal, disfrazando con humor el hecho de que, a pesar de ser los jóvenes de la hipermodernidad, en ellos siguen actuando las arcaicas fuerzas del inconsciente, siendo masoquistas ideales en los cerros, con sus reels y likes.
Siempre queda la opción de ensoñarnos como la Novicia Rebelde, cuando canta "voy a las colinas cuando mi corazón está solo", anhelando, sin saber, la llegada del amor de su vida. Bueno, eso hasta que suenen las campanas de la ciudad y debamos volver al valle, recogiendo los pedacitos de nuestro corazón que hayan sobrevivido al mal de altura.
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