El lado oscuro de la conectividad

Cada 17 de mayo se conmemora el Día de Internet, fecha que nos recuerda cómo esta herramienta ha transformado nuestras vidas: democratizó el acceso a la información, facilitó la educación, estrechó fronteras geográficas y dio voz a millones que antes no eran escuchados. Internet ha impulsado la innovación, el emprendimiento y la colaboración global, permitiendo que ideas, culturas y conocimientos circulen libremente como nunca antes en la historia. Ha acercado a familias separadas por la distancia, ha permitido la telemedicina y el trabajo remoto, y ha sido clave en la organización de movimientos sociales y causas solidarias. Pero también debemos tener la valentía de reconocer su lado más oscuro: el espacio que ha abierto para la expansión del odio, la intolerancia y la cancelación.

Uno de los fenómenos más alarmantes que ha encontrado terreno fértil en este entorno es el antisemitismo. Un reciente informe del Congreso Judío Latinoamericano, basado en el análisis de más de 126 millones de posteos en plataformas como X, Facebook, YouTube, Google y medios digitales, confirma lo que muchos temíamos: el antisemitismo digital está creciendo, viralizándose y enmascarándose detrás de discursos aparentemente inofensivos.

En X, por ejemplo, los mensajes antisemitas aumentaron en 19,64%. Este incremento no es solo cuantitativo, sino cualitativo: los contenidos son cada vez más virales, más eficaces en su capacidad de intoxicación y más sofisticados en su lenguaje.

En YouTube, aunque los videos sobre temas judíos pueden parecer neutrales, los comentarios que los acompañan revelan una preocupante carga de antisemitismo: 11,22% reflejan prejuicios ancestrales, teorías conspirativas y estereotipos sobre poder, dinero y manipulación. No son ideas nuevas, son las mismas mentiras de siempre, ahora amplificadas por algoritmos. Facebook no se queda atrás. En 2024, el contenido antisemita alcanzó 11,52%, haciendo de este año el más hostil desde 2021.

No hablamos aquí de simples diferencias de opinión ni de críticas legítimas. Hablamos de un discurso que deshumaniza y que puede ser la antesala de hechos violentos en el mundo real. No es una exageración: sabemos por la historia -y por la experiencia reciente- que las palabras tienen consecuencias.

Internet debe ser un espacio de construcción, no de destrucción. Un puente, no una trinchera. Pero esto requiere asumir responsabilidades. No basta con bloquear o denunciar. Es necesario educar, moderar, legislar y, sobre todo, no callar. Las plataformas deben hacerse cargo. Los gobiernos deben establecer marcos regulatorios claros. Y como sociedad civil, debemos defender sin ambigüedades los valores de la convivencia y la dignidad humana.

El antisemitismo no es un problema de los judíos. Es un termómetro de la salud democrática de una sociedad. Cuando una comunidad es blanco de odio sistemático, el problema no es solo de esa comunidad: es de todos. Porque lo que hoy se permite contra unos, mañana puede volverse contra cualquiera.

Por eso, en este Día de Internet, mi llamado es claro: hagamos de la red un espacio donde la diferencia se celebre, no se castigue; donde el conocimiento se comparta, no se manipule; donde la palabra sea herramienta de encuentro, no de exclusión.

Que no nos gane la indiferencia. Porque solo así, con coraje y con conciencia, podremos construir una sociedad más justa tanto en el mundo virtual como en el real.

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