Leo de un psiquiatra de actualidad que uno de los problemas principales de Carabineros sería que evaluaciones, test de ingreso, selección y monitoreo son débiles, y eso podría provocar aún más hechos dramáticos como los recientes de Pangupulli. La salud mental inicial y el gatillo del estrés propios de la función serían detonantes potenciales permanentes.
Es un gran error asumir el drama policiaco de esa manera. Psique e institución no pueden separarse. Aquella no puede existir sin el sentido otorgado por la organización a la que la socialización la somete.
La perversión de actuaciones policiales, de las cuales hemos sido abatidos testigos, no tiene que ve esencialmente con medidas como los controles de identidad (también presentes en países democráticos), test de selección, tiempos de formación o protocolos, entre otros, siendo necesario revisar estos y otras áreas de manera rigurosa.
El problema principal es su soporte ideológico. Ese baño cultural institucional y binario, socialización le llaman, donde se alojan los protocolos y las diversas prácticas policiales. Cualquiera sean las medidas, al cobijo de esa formación ideológica que cristaliza en un sentido común y una cultura organizacional, constituyen un riesgo latente para todos. Más aún si aquellas, desde las muy inocuas, se ejecutan al amparo de armas mortales, y donde prevalece el exceso como norma.
El drama ciudadano se presenta en la paradoja que, por una parte, necesitando una policía que tenga mejores atribuciones, para enfrentar los graves problemas de seguridad ciudadana (que como siempre limita en su vida a los más vulnerables); por otra, empoderar a esta policía se transforma en un riesgo latente (y en mayor medida para los más pobres), con una desconfianza y temor general crecientes. Se torna inexcusable un nuevo impulso instituyente, una nueva reflexión sobre sus fines y medios, que pueda primar a lo actualmente instituido. Un ejemplo presente de aquello que es tanto posible como necesario.
Pero esa dinámica de "gatillo fácil" no solo es un asunto institucional, aunque en ella impacta en forma más dramática por el monopolio de la fuerza mortal que tiene esta, sino algo presente transversalmente en nuestra sociedad. Todos dispuestos a disparar cualquier asunto de manera inmediata: insultos, memes, WhatsApp, notas falsas. Las redes sociales, a veces igual que el mercado, convierten todo en mercancía: fotos, flyers y pensamientos dramáticos, entremedio o seguidos de memes, chistes y Tik-Tok.
De esa misma pulsión, murió torturado y linchado por un grupo de ciudadanos, un joven en Puente Alto con antecedentes psiquiátricos, hace unas semanas, luego de intentar robar un celular.
Por eso, de alguna manera, resulta certero aquellos de que amar ( y gobernar) siempre significa proteger al otro de nuestra propia capacidad de destruirlo.
Lo otro es poner la carreta delante.
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