Detesto la Navidad

Mi abuela está muy seria.

Todos los recuerdos que tengo de ella en épocas de Navidad son de una persona seria. No mal humorada ni amargada, pero muy seria.

Mis primeros recuerdos de los regalos de mi abuela son imborrables: lectura.

Ella siempre nos regaló libros. De pintura, de fotografía, de autos, de mariposas, de Guiness, novelas, historietas. Siempre dando cuenta de algún interés especial. Así como algunas abuelas regalan calcetines, ella regala siempre libros y siempre seria, muy seria.

De pequeño nunca me llamó mucho la atención. La espera ansiosa por los regalos y la visita del Viejo Pascuero, eran, qué duda cabe, una distracción suficiente para que la seriedad de mi abuela pasara desapercibida.

Ya de joven lo notaba con más claridad. Sin embargo, creo que nunca me atreví a interrogarla al respecto. En aquella época pensaba que la fecha le traía recuerdos de sus seres queridos que ya no tenía a su lado, y eso era motivo suficiente para su seriedad.

Ahora, ya adulto, y dado que he logrado desarrollar una estupenda relación con ella, me atrevo a preguntarle cualquier cosa.

Abuela, ¿por qué estás tan seria en estas fiestas?

No me contestó de inmediato. Dejó pasar unos segundos, me imagino que con la intención de que yo no persistiera en la pregunta.

Abuela, ¿me escuchaste?

Sí, me contestó. Lo que ocurre es que detesto la Navidad. Me imagino que eso hace que siempre para estas fiestas esté tan seria.

Luego agregó: detestar estas fiestas no significa que no sea capaz de entender a quienes gozan con ellas, a quienes lo pasan bien y son felices. Detestar la Navidad me lleva a no ser capaz de sonreír en estos días.

Pero abuela, yo te he visto alegre jugando o conversando con tus bisnietos. ¿Cómo se entiende eso?

Me miró y dijo: yo estoy feliz conversando con ellos en cualquier época del año, sus ocurrencias me llenan de alegría, sus preguntas, sus respuestas, sus risas, sus irreverencias. Pero eso, sentenció, no tiene que ver con que deteste estas fiestas.

Bueno, está bien. Pero ¿me puedes explicar el motivo de este sentimiento tuyo?

Claro, te podría contar muchas historias al respecto, partiendo desde la que como soy agnóstica la conmemoración no tiene significado para mí; también con que se transforme en un evento comercial; siguiendo por un sentimiento que me ataca en los últimos años en que pienso que será mi última Navidad con ustedes.

Abuela, ¿la idea de que será la última navidad te afecta mucho?

¡Pues claro! Siempre me ha encantado vivir.

Abuela, ¿y no estás cansada?; ¿cómo es vivir tantos años?; ¿estás contenta con haber llegado hasta esta edad?

Muchas preguntas juntas, sentenció. Luego lentamente, empezó a contestar: vivir ha sido maravilloso. Haber sido testigo de tanto avance y tanta calamidad es algo “impagable”. Ver aparecer la televisión, las guerras, tanta injusticia, tanto atropello, los avances en medicina (enumeraba puntos buenos y malos como si fuesen lo mismo).

Se quedó en silencio y luego sentenció: es y ha sido muy lindo vivir tantos años. Claro que hay una sola cosa terrible, algo para la que uno nunca está preparada.

¿A qué te refieres abuela?

Bueno me dijo, cuando uno vive tantos años ocurre algo que no es natural, algo desgarrador para cualquier persona: que se muera alguno de tus hijos. Noté que sus ojitos se humedecían.

Se recuperó y volvió a decirme que detestaba estas fiestas. “Las detesto desde pequeña y creo que la verdadera razón era la inconsecuencia del Viejo de Pascua”.

A ver abuela, ¿cómo es eso?

Tú sabes, me dijo, que mi familia era muy pobre, extremadamente pobre. Yo todos los años escuchaba a mi madre decir que los regalos del Viejo de Pascua tenían relación con el comportamiento: “pórtate bien para que el Viejito Pascuero te traiga lo que tú le has pedido”.

Así, año tras año yo me esmeraba en portarme bien y el viejo rara vez cumplía lo que yo quería. Muchas veces le pedía regalos para mis padres, incluso para mis hermanos, más este viejo siempre desoía mis ruegos.

Abuela, eso es así. Muchas veces el Viejo de Pascua no puede traer lo que le piden.

¡Momentito! La promesa era que si me portaba bien el viejo me traería regalos, y yo me portaba bien, estudiaba mucho, me sacaba buenas notas y todo sin resultado.

Lo más triste, añadió, es que en las familias de mis amigas más pudientes el viejo cumplía mucho más. Algo no andaba bien, ellas obtenían regalos mucho más lindos y yo me portaba mucho mejor. Llegué a pensar que los pobres siempre nos portábamos mal y por eso éramos pobres.

Sólo me lo pude explicar cuando supe que el Viejo de Pascua había muerto y ya nunca más nos visitaría.

Por eso detesto estas fiestas. Y dicho eso, se fue a conversar con sus bisnietos.

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