Doña Javiera está posicionada en la mente de los chilenos principalmente por ser la hermana de don José Miguel Carrera. Pudiendo haber sido, tal como la popular canción así lo expresa: "bonita, fina y valiente / y de mirada orgullosa"; ella cuenta con méritos propios que van más allá del reconocimiento por el mero hecho de ser hermana del prócer y por otros asuntos frívolos derivados de su belleza. En efecto, Francisca Xaviera Eudoxia Rudecinda Carmen de los Dolores de la Carrera y Verdugo brilla por sí sola debido a que en un ambiente extremadamente hostil, con su apasionado e inquebrantable compromiso encaró tragedias y tuvo la entereza de perdonar.
Para comprender esta virtud, la de otorgar el perdón, es recomendable situarse en el contexto espacial y temporal de los acontecimiento que marcaron la vida de esta mujer. Ella tal como sus tres hermanos y otros autodenominados "patriotas", eran personas que estaban activa e irrenunciablemente en contra del régimen imperante en el Chile de aquel entonces. Eran rebeldes, revolucionarios o más precisamente unos insurgentes. Al estar en contra de la institucionalidad, tal como ahora ocurre, el poder establecido reaccionaba mediante la represión y el desprestigio. Así las autoridades realistas, enemigos de los Carrera y de los demás independentistas, movían sus tentáculos para romper las redes de energía, materia e información que con dificultades podían armar los criollos insurgentes.
Pero doña Javiera y los suyos no solo debían enfrentar a los realistas, ya que estando divididos los patriotas, tenían abierto un segundo flanco. Una facción, a la que pertenecían los Carrera, quería emanciparse para formar una república; mientras que otros patriotas querían emanciparse para formar una monarquía. Sí, aunque ambas facciones coincidían en librarse de la Corona Española, diferían en las formas de gobierno autónomo a constituir en Chile una vez lograda la independencia.
En este escenario complejo y peligroso, la audacia debía ser acompañada de inteligencia y por eso se postula la hipótesis de que la hermana mayor de los Carrera aplicaba diversas estrategias. Una de ellas es el manejo de su nombre de pila, Francisca o "Panchita", usado únicamente entre sus partidarios como contraseña para burlar a los adversarios; empleando el segundo nombre en la cotidianeidad pública con el cual ella sería históricamente conocida hasta el presente. Otra estrategia utilizada por esta patriota pro-república era realizar en su casa reuniones de insurgentes aparentando tertulias de la aristocracia, segmento social a la que ella y su familia pertenecían.
Es muy probable que en estas reuniones donde doña Javiera actuaba como anfitriona detrás de una fachada de ocio, se intercambiaran ideas ilustradas y se delinearan cursos de acción para lograr la ansiada emancipación. El ambiente machista pudo haber opacado el rol intelectual que tuvo la hermana mayor de los Carrera en estos encuentros conspirativos, pues ella en aquel entonces era una mujer extremadamente culta. Apasionada por la lectura, aparte de hablar dos idiomas tenía sólidos conocimientos de filosofía, historia y política; saberes escasos en esa época que bien pudieron contribuir a la toma de decisiones por parte de quienes querían la independencia.
Y como suele ocurrir en la historia de Chile, traiciones e ineptitudes atrofiaron los legítimos proyectos del pueblo abusado, facilitando la Reconquista y poniendo fin a la Patria Vieja donde los Carrera fueron protagonistas. Con el propósito de evitar las represalias realistas, luego del Desastre de Rancagua, doña Javiera Carrera emigró hacia lo que hoy es Argentina para desde allá junto a sus hermanos continuar con la revolución y regresar a Chile para liberarlo del dominio español.
Sin embargo, en esa parte del continente americano la situación para ella y los suyos no fue mejor a la que pretendió evitar en su Chile. Las rivalidades entre las facciones independentistas y su inflexible postura hicieron que en tierras trasandinas ella recibiera pésimos tratos que comenzaron a lesionar su salud física y a destruir completamente su situación financiera.
Pero faltaba lo peor. Viviendo en la pobreza, habiendo escapado desde donde la tenían recluida y alejada de su esposo e hijos; recibió noticias trágicas: tras un juicio lleno de vicios, sus hermanos Juan José y Luis habían sido fusilados en Mendoza el 8 de abril de 1818. Luego sufrió otro duro golpe al enterarse de la muerte de José Miguel en esa misma ciudad y por el mismo indebido proceso el 4 de septiembre de 1821.
Las penas e iras no terminarían ahí pues supo de la denigrante carta que recibió su anciano padre donde el Gobierno de Chile le cobró el costo de la ejecución de dos de sus hermanos. El original de dicha misiva que se encuentra de acceso libre en Internet dice en su encabezado: "Tengo el honor de acompañar a V.E. la planilla de los derechos de que hace cargo a don Escribano de Gobierno en la causa seguida a los criminales don Juan José y don Luis Carrera, cuya totalidad asciende a ciento noventa reales".
Transcurridos diez años de lo que muchos historiadores califican como "auto-exilio", doña Javiera decide regresar a Chile después de la abdicación de O'Higgins. Luego de un tortuoso viaje en barco pasando por el Estrecho de Magallanes, se instala definitivamente en 1824 en lo que queda de su hacienda ubicada en la comuna de El Monte.
Siendo la única sobreviviente de la familia, se encargó de los trámites para repatriar las partes de los cuerpos de sus hermanos asesinados en Mendoza, donde víctima de un abominable ensañamiento, el cadáver de José Miguel fue descuartizado. También se ocupó de solidarizar emocional y materialmente con los demás patriotas que habían sufrido casi tanto como ella.
Cargando con un intenso rencor hacia quienes le causaron el irreparable daño a sus seres queridos y a otros insurgentes, doña Javiera llegó a ser una octogenaria. Si en Chile la actual esperanza de vida al nacer para las mujeres es de 83 años y la misma para 1960 era de 60 años; sorprende que esta patriota nacida el 1 de marzo de 1781 alcanzara a vivir 81 años, edad realmente extraordinaria no solo para los países hispanoamericanos de aquel entonces, sino para los que ya habían consolidado la Revolución Industrial mejorando notablemente sus condiciones de vida. En efecto, la longevidad de esta chilena fue superlativa si se compara con cualquier estándar, como por ejemplo con el de Europa Occidental donde según datos de la OCDE para 1830 la esperanza de vida era aún inferior a los 40 años.
¿Cómo pudo doña Javiera vivir tanto? Algunos de sus descendientes directos postulan que quien tan elegantemente bailaba la refalosa se rehusó a morir con el rencor, que se negó a fenecer sin exonerar, que ella no quería abandonar esta vida sin perdonar.
Con su estado de ánimo muy deteriorado pudo haber elegido entregarse a la muerte para no prolongar indescriptibles malestares, tal como muchas personas de avanzada edad legítimamente así lo prefieren. Sin embargo ella habría optado por seguir viviendo para lograr en algún momento de su sufrida existencia, poder dar el perdón. Entonces, ya convertida en una anciana, su lucha continuó, pero desde ahí fue contra la muerte natural que día a día la acechaba.
Siendo siempre una adelantada a su época, tal vez ella se anticipó casi dos siglos a los descubrimientos de la neurociencia, identificando los beneficios ecosistémicos que notoriamente se registran tanto en quien perdona como en quien recibe el perdón. Acaso comprendió que ese acto voluntario y consciente de indulgencia aliviaría simultáneamente el pesar de ella y de sus agresores, entregando un Chile más sano después de su partida.
Quizás pensó que dejando pasar la mayor cantidad de tiempo posible, ella tendría más oportunidades de encontrar ese auténtico perdón. Y tal como dice la canción: "Doña Javiera Carrera su patria libre quería", esta mujer chilena por fin fue capaz de liberar de las cadenas del resentimiento a quienes le causaron un inmenso sufrimiento, para así morir en paz.
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