Nuestra convivencia política a veces se torna esquizofrénica, en pocos días parecieran desvanecerse las odiosidades polarizadas surgidas tempranamente a raíz de la conmemoración del 11 de septiembre. El entusiasmo que los vientos primaverales traen con las Fiestas Patrias disipó toda rencilla y desencuentro; son la fiesta, la algarabía, la chicha compartida, las fondas embanderadas las que nos hacen deponer toda adversidad, aunque sea por un rato. En ese sentido fueron previsores quienes propusieron en 1837 celebrar las fiestas sólo el 18 de septiembre y no el 12 de febrero ni el 5 de abril, como se acostumbraba a hacer hasta esa fecha. Las temperaturas primaverales, el frescor de las mañanas, los campos y bordes de los caminos florecidos en miles de colores simbolizaban la llegada de nuevos tiempos, tras la oscuridad del invierno días más alegres y luminosos. Qué mejor que esa fecha equinoccial para representar el despertar de un Chile independiente y el espíritu patriótico de su población unida en la fiesta y la alegría de sus símbolos tradicionales y en los que aún habían de construirse.
Pero no es la discusión profunda, ni el análisis; no los reconocimientos de las culpas compartidas; no la revisión crítica de nuestra historia de desigualdades, no el sinceramiento ni menos el arrepentimiento por los males producidos; no ha sido la entrega de información sensible ni el ánimo por allanar una verdad sanadora lo que permite esta primavera de sanjuán. Primavera efímera donde de modo provisorio personas de cien mil raleas comparten su pan, su mujer y su gabán para reencontrarse en un pie de cueca o en los discursos políticos edulcorados más de intenciones que de certezas.
Pero como fácil llega, fácil se va. Reaparece el enfrentamiento, las ambiciones desmedidas por sus propios proyectos campean en la discusión constituyente, excluyentes, parciales, maximalistas; nos volvemos a olvidar de la ciudadanía, de los logros culturales, de las viejas reivindicaciones transformadas en explosión social hace apenas unos meses, y que mal administradas por los dueños de la verdad de su momento, posibilitaron un nuevo escenario político fundacional distinto pero igual, como si el sentido común escaseara en la clase política, como si dominados por una fuerza invisible, transformaran todo lo sensato en escándalo, todo lo plausible en utopía, todo lo urgente en imposible.
Alejadas las fiestas, la esquizofrenia reaparece para definir la discusión política, mientras los ciudadanos de a pie, seguimos extrañando los buenos momentos vividos el Dieciocho, donde aunque sea por unos momentos nos pudimos volver a reencontrar como hermanos.
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