Sin duda hay signos muy preocupantes sobre lo que ocurre con la institución del matrimonio, y uno de ellos parece ser que en Chile, estaríamos en presencia de una institución obsoleta.
Un reciente estudio de la organización denominada OCDE revela que en Chile de 1.000 niños que nacen, más de 700 no son concebidos bajo el régimen matrimonial.
El Registro Civil ha inaugurado recientemente una oficina de estudios para analizar algunos datos de caracteres demográficos y estadísticos, y seguramente podrá dar alguna explicación en torno a este punto. Así sabremos, por ejemplo, en qué regiones o comunas, los chilenos se unen afectivamente bajo fórmulas no tradicionales y donde nacen sus hijos.
El dato en sí mismo, que a mi juicio revela una gran crisis que debe ser estudiada al más alto nivel, por cuanto puede esconder un conjunto de problemas que deben estudiarse en forma integral. El gran novelista Aldous Huxley, en su novela “El mundo feliz”, prácticamente hablaba de reproducción humana eliminando todo afecto y manteniendo la estratificación social para mantener organizadas las jerarquías y el consumo. Esa novela-ficción puede ser algún día realidad y un paso en esa dirección es el declive de la institución matrimonial, entendiendo por tal, la de contenido religioso o laico en cualquiera de sus formas.
Poco tiempo le dedica el país al análisis de esta materia, si se compara con el debate de la coyuntura política o económica y así no se termina por levantar el velo sobre un problema que está en el centro de la forma como se organiza una sociedad.
En tiempos de reflexión constitucional, en que de alguna forma una parte del país se ha inmerso, este tema tampoco aparece como algo central, a pesar de que, debiera ser junto con los grandes derechos y deberes una cuestión capital para definir la sociedad que queremos.
Las pocas explicaciones que se dan no son satisfactorias, pero es incuestionable, que el Estado debe jugar un rol para ayudar a la constitución de familias, poniendo al alcance de ellas viviendas dignas, ayuda para asumir las responsabilidades, y elaborar un conjunto de medidas que favorezcan la estabilidad de las relaciones afectivas.
En esta perspectiva, la DC propuso en noviembre de 2014 la creación de una asignación familiar que promueva la natalidad y un acuerdo parlamentario -prácticamente unánime- solicitó al ejecutivo legislar sobre la materia. Las dificultades económicas que subyacen a los matrimonios o a las formas de familia, que han tendido a sustituirlo no son cuestiones menores y si los estudios demuestran que el problema está asociado a fenómenos de pobreza o desigualdad, la materia exige una actuación potente.
El Papa Francisco, en su exhortación apostólica sobre el amor, hace un extenso racionamiento sobre la importancia del matrimonio, aún cuando no sean sólo uniones religiosas y se hace cargo de la necesidad de respetar la conciencia de los fieles para desarrollar su propio dicernimiento ante situaciones que rompen todos los esquemas.
La voz de Francisco no ha sido tomada suficientemente en cuenta en su exacta dimensión y por ejemplo no se ha destacado que una auténtica evangelización, a que están obligados los cristianos en política, “denuncie con franqueza los condicionamientos culturales, sociales, políticos y económicos, como el espacio excesivo concedido a la lógica de mercado, que impiden una auténtica vida familiar”.
Desgraciadamente, el importante llamado del Papa, ha sido mediatizado por la situación de los divorciados y los efectos de su estado con algún sacramento, pero ello sólo demuestra la dificultad para escuchar lo central de su palabra.
Hay algo en el ambiente que tiene que ver con la exacerbación de lo individual y que la actual sociedad parece erigir en un gran becerro, y entonces se trata de mi vida, mi carrera, mis gustos, mis afanes, y eso no es el caldo de cultivo para conjugar “lo nuestro” que parte precisamente con la familia, idealmente constituida como un matrimonio, lo que no significa en modo alguno desatender las formas en que se desenvuelve la vida de quienes por otras razones no quieren o no pueden asumir ese estado.
La crisis política de que tanto se habla o la crisis económica que atemoriza, no son nada frente al problema descrito, cuyos efectos no estamos dimensionando y que pueden derivar en una crisis humanitaria, en base al auténtico sentido de esa expresión.
Esta crisis larvada avanza sin pausa y nos llevará a un tipo de sociedad desconocida y quizás decadente. El individuo en solitario, nunca llega lejos.
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