El mundo occidental ha sembrado y está cosechando las propias condiciones de su decadencia. Los signos de decadencia son dos: el individualismo y el materialismo. El primero dice relación con la conversión de la persona en medio y con ello su disolución como ser trascendente a la vida comunitaria. Así, la individualidad, imbuida del solipsismo, reemplaza la comunidad por la manifestación identitaria de meras autorreferencias. Por ejemplo, autopercepción de género, autopercepción de etnia, autopercepción de cualquier cosa. O sea, ninguna referencia al otro, sino que al sí mismo enclaustrado y consolidado en un puro subjetivismo que ha llegado a ser institucionalizado normativamente. Esto es la institucionalización del desarraigo de la naturaleza humana, donde se asumen como verdad, mentiras.
El segundo dice relación con la pérdida de la espiritualidad, de los valores, de los principios éticos y de la moral, propia de la cohesión social de toda comunidad. Por lo tanto, la merma de la vida comunitaria pone en cuestión la nación, donde el valor cívico pierde importancia ante la individualidad aislada, asumiendo la irreverencia marginal como expresión de libertad, convirtiendo la falta de respeto en una cínica tolerancia.
Oswald Spengler, en su obra "La Decadencia de Occidente" sostiene que la decadencia culmina con la descomposición, caracterizada por la lucha por el mundo, donde imperios y potencias, ante la desesperación de su ocaso, deciden dar el último golpe antes de morir. En este sentido occidente, bajo la representación de Estados Unidos, ha llevado al mundo a un escenario de difícil solución. Olvidándose de su política de distensión, EE.UU. ha agravado la situación en Europa, llevando a dicho continente a una guerra innecesaria donde Rusia ha debido responder a nombre de la defensa de su Estado-Nación y del espíritu histórico de su civilización. El sabotaje del gasoducto Nord Stream demuestra la etapa culmine, después de la casi total identificación de la Unión Europea con la OTAN, del crepúsculo de Europa como una comunidad de naciones, sumiéndose en una organización de subordinación globalista.
La subordinación globalista ha encontrado su sepulturero en las distintas expresiones nacionalistas y nacional-populares como nueva orientación y marco normativo para la democracia. Dichas expresiones llevadas a un extremo también pueden caer en regresiones autoritarias o en pasados de intolerancia, pero lo significativo aquí es la recuperación de la comunidad nacional. Así, una recreación de la Unión Europea no será posible si no se sustenta en el reconocimiento del ser nacional de cada uno de los Estados como fundamento de la "unión".
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