No todos los trabajos requieren el nivel de convicción y pasión personal que implica el trabajo feminista. Para tener alguna chance de hacerlo bien, hay que ser feminista. No pretendo dar cátedra de qué sería hacer un trabajo feminista ni vivir una vida feminista, porque el feminismo como movimiento, como teoría y como práctica es muy diverso.
Pero podría aventurar que hay algunos puntos en común a toda praxis feminista.
La respuesta sensible permanente y sostenida frente a las injusticias en este mundo.
Tener la convicción de insistir una y otra vez.
Tener la tendencia, el impulso, la voluntad de empujar contra las barreras, de resistir.
…Es enfrentar reacciones fuertes a nuestros planteos.
…Es intensidad.
…Es estar dispuestas a ser las que “interrumpimos” las conversaciones y las dinámicas cotidianas.
…Es saber que ser feministas no nos inmuniza, nos seguimos equivocando y podemos tener prácticas injustas.
Finalmente, ser feminista es un punto de no retorno. Una vez que se adquiere la lente feminista y se ve el sexismo y las injusticias cotidianas, no hay vuelta atrás. Somos, en resumen, aguafiestas[1] profesionales. No somos felices con lo que se supone que nos tiene que hacer felices. Quizás por eso nos tildan de amargadas, insatisfechas y solteronas, nos piden que sonríamos un poco más, “vamos que no es tan grave”.
Casi no somos “mujeres”, tendemos a no definirnos en base a nuestra relación con un otro siempre hombre (esposa de, hija de), ni a aceptar pasiva (y alegremente) ningún destino.
El trabajo feminista organizacional
Este es el trabajo que conozco hace muchos años. Cuando hablo del trabajo feminista en las organizaciones, me refiero a cuando éstas te convocan para desarrollar esta tarea.
Llámese oficina o área de igualdad de género, equidad de género, diversidad, o cualquier otra denominación de las existentes.
Debo señalar que hay feminismos que trabajan por fuera de los marcos institucionales, consideran que las instituciones están demasiado forjadas en la estructura heteropatriarcal, no habría más remedio que trabajar por fuera, hacerlas explotar y proponer nuevas instituciones.
El nivel de resistencia que he experimentado en las instituciones me lleva a estar de acuerdo con esta mirada, pero por algún motivo mientras otras construyen ese camino, me he encontrado irremediablemente, esperanzadamente, trabajando una y otra vez en contextos institucionales buscando estas transformaciones.
Me gusta pensar este trabajo a partir de la metáfora del Caballo de Troya. Las instituciones no lo saben, no conocen lo que les espera, lo que viene dentro del caballo (de esta especialista) y que desembarcará en sus instituciones. Las feministas somos causadoras profesionales de problemas.
Pero el trabajo organizacional no está libre de escollos y riesgos, para nombrar algunos.
Convertirnos en la policía del sexismo. Cuando alguien dice algo, cuando algo pasa, y estamos allí presentes, todas las miradas se dirigen hacia nosotras. Algunas personas esperan que seamos las portavoces de la indignación.
¿Una forma más de no hacerse cargo?
¿La inseguridad de plantear el problema por sí mismos/as?
Para otras personas, es el comienzo del show, ¿a ver cómo reacciona la feminista ahora?
Trabajar como feminista en una organización implica transformar esa organización en maneras que ésta no lo tenía contemplado ni imaginado cuando nos empleó. Estoy convencida de que si realmente lo supieran no nos convocarían.
El trabajo suele ser solitario y aislado. Con frecuencia hay pocos especímenes como nosotras dentro de las organizaciones.
En muchos casos las organizaciones creen que con tener la oficina, el área o tener la política, el protocolo, el procedimiento, el trabajo está hecho. Nuestra mera existencia puede ser usada como argumento para decir que el problema ya no está, o está resuelto.
Los riesgos son muchos ¿Por qué ir por esta vía entonces?
Sucede que una vez cada tanto, en ocasiones luego de mil intentos, en otras en primera instancia, cuando agachamos la cabeza, cerramos los ojos, ponemos el hombro y vamos dispuestas a presionar, anticipando y esperando una tremenda resistencia…nos encontramos con que una pared cede, una puerta se abre.
Una contraparte nos dice, claro que sí es posible, hagámoslo, o mejor aún, tienes razón, esto es tremendamente injusto. No me había dado cuenta. Hay que hacer algo al respecto de inmediato. Nunca sabremos si es la casualidad de interlocutar con un alma gemela, o es fruto de nuestro trabajo organizacional previo, pero son esos momentos, los que permiten pequeños grandes avances, los que hacen que todo tenga sentido.
Este #8M todas, todos y todes a la calle.
[1] Ver Sara Ahmed, en su noción de “feminista aguafiestas” (feminist killjoy). Muchas de las reflexiones de esta columna están inspiradas en las reflexiones de Ahmed en torno al trabajo de diversidad en las organizaciones.
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