¿Era trans?

Ismael Llona
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Yo, hace unos sesenta años o más años, me pasaba una semanita al menos en Horcón, en casa de mis amigos los hermanos Menard, todos los veranos. Los padres Menard y sus hijos llegaban a Horcón desde La Cisterna en su Ford del año 30, por un camino pedregoso y atravesando puentes derruidos, charcos que parecían lagos y acequias hechas por la lluvia que parecían canales desbordados.

Desde la casa, grande, hermosa y cómoda, ubicada en una colina al norte de la ya concurrida caleta de pescadores, se podía apreciar el tranquilo borde suave del mar y, con mucha claridad, varias millas del Pacífico.

Desde allí, mucho más allá de donde llegaban los bañistas más atrevidos, mucho más allá de donde uno podía imaginar un rompeolas, que allí nunca existió, se veía flotar horas y horas en el mar - tal vez podía hacerlo todo el día - a nuestro amigo Cau Cau.

Cau Cau era un joven de unos 12 años, pequeño, fornido, de rasgos mapuches que habían adoptado, no se sabía dónde pero eso no importaba, los familiares de una de las familias ricas de Horcón, que tenían su casa en la larga y amarilla playa del sur de la caleta.

Cau Cau había sido encontrado muy pequeño en los bosques del sur, pegados a los lagos, por algunas personas que vivían más o menos cerca y que lo habían sustraído de los grandes animales que lo habían criado.

Nunca escuchamos precisar de qué especie habían sido los primeros padres, animales adoptivos, de Cau Cau pero todos en el Horcón de esos años llamaban a Cau Cau como Cau Cau de los Lobos, así como otros más famosos llamaron en África central, a un pequeño francés perdido al nacer, Tarzán de los Monos.

Cau Cau caminaba en dos pies, aunque inclinado, tenía el pelo frondoso mal cortado, usaba alpargatas, pantalón y camisa, y no hablaba. Casi no pronunciaba palabra, salvo un sonido gutural parecido al nombre que los otros seres humanos le habían puesto, Cau Cau.

En los años siguientes al que vi a Cau Cau caminando por la calle terrosa hacia el mar o metido en el, igual o más frío que el de ahora, no me preocupé de qué habría sido de Cau Cau y dejé de ir periódicamente a Horcón, desgraciadamente. Suele ocurrir.

Cau Cau para mí pasó a ser un muy interesante recuerdo de juventud.

Creo que debe haber vivido poco y que debe haberlo hecho más como hijo de lobos que como hijo de mujer, que no debe haber optado por determinado género y que puede haber añorado siempre la leche y los piñones con que se alimentó de pequeño en el bosque, los vientos del sur, la frialdad del agua de sus lagos y, quizás, su cercanía amorosa a una o un lobito pariente o cercano y por cierto a la madre loba que lo amamantó.

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