Igualdad de oportunidades, ¿solo una ilusión?

Mauricio Hidalgo Ortega
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Las inequidades, las desigualdades socialmente injustas, tienen un profundo impacto en el bienestar de las personas. Desde el nacimiento, pasando por la primera infancia y hasta la adolescencia, las enfermedades agudas y crónicas, y las deficiencias en el crecimiento y desarrollo tienen un patrón social, de modo que los niños y niñas más desfavorecidos tienen el mayor riesgo, en cambio y las niñas y niños más favorecidos el menor riesgo.

Las desigualdades surgen cuando se ven privados de los determinantes esenciales en la salud y el desarrollo, la nutrición adecuada (partiendo por lactancia materna exclusiva por a lo menos seis meses), el acceso a la educación de calidad y la atención médica asequible. Y estas inequidades tienen un impacto profundo durante toda la vida. 

La desigualdad en el patrimonio familiar en nuestro país es alta, pero muy poco sabemos sobre cuánto y cómo se mantiene la riqueza, la calidad y el bienestar a través de las generaciones. Una perspectiva a largo plazo, en el que se refleje la naturaleza acumulativa de la riqueza podría ser crucial para comprender el alcance y los canales de la producción de riqueza a través de las generaciones.

Estudios internacionales que abarcan casi medio siglo, muestran que la riqueza de los abuelos es un muy buen predictor de la riqueza de los nietos, más allá del papel de la riqueza parental, lo que sugiere que centrarse únicamente en las díadas entre padres e hijos subestima la importancia de los linajes de riqueza familiar. 

En segundo lugar, considerando cinco canales de transmisión de riqueza - dones y legados, educación, matrimonio, propiedad de vivienda y propiedad de empresas -, se puede constatar que la mayoría de las ventajas derivadas del patrimonio familiar comienzan mucho antes en el curso de la vida que lo que implica el enfoque común en legados, incluso cuando consideramos la riqueza de los abuelos. 

Como consecuencia, debemos reconsiderar el concepto de meritocracia. Ésta se considera positiva y justa, dado que permitiría la distribución de los recursos, en función de los esfuerzos y logros personales.

Se basa en la noción de que las personas salen adelante y obtienen recompensas en proporción directa a los esfuerzos y habilidades individuales.

O más calculadamente, "la inteligencia y el esfuerzo juntos conforman el mérito (I+E=M)".

La meritocracia deriva su legitimidad del “sentido común”, de la suposición de que las recompensas se obtienen a través del trabajo duro, y que las personas que no trabajan lo suficientemente duro merecen recompensas menores.

A la luz de los nuevos conocimientos (incluida la epigenética), la meritocracia sería puramente un "mito", algo ilusorio. Tiene el barniz de la igualdad, mientras simultáneamente enmascara las ventajas y desventajas reales que han sido diferencialmente distribuidas en nuestra sociedad. 

Por el contrario, el elitismo como concepto no siempre genera el mismo sentido común de legitimidad. Evoca un sentido de injusticia y hostilidad el que una pequeña minoría debiera reclamar privilegios y distinciones basados únicamente en quiénes son o de donde vienen.

Sin embargo, las creencias elitistas persisten en muchas formas que no siempre equivalen a reclamos directos de trato especial. Por ejemplo, se da el elitismo a través de mecanismos y tecnologías aparentemente justas y equitativas tales como pruebas de coeficiente intelectual y pruebas estandarizadas de rendimiento académico tales como PISA y SIMCE, o selección como PSU.

Es claro, el elitismo no se basa exclusivamente en afirmaciones manifiestas de superioridad basadas en privilegios existentes. 

Los hallazgos de estudios recientes respaldan un enfoque concertado sobre el período intrauterino de desarrollo como una de las ventanas principales para la transmisión intergeneracional de los efectos de la exposición a maltrato infantil.  

Esto tiene implicaciones obvias e importantes para el desarrollo y el momento de las estrategias de intervención para finalmente romper el círculo vicioso de las consecuencias perdurables del abuso y la negligencia, transmitidas de una población vulnerable de mujeres maltratadas a la población aún más vulnerable de sus hijos por nacer. 

Como investigadores hemos ofrecido históricamente explicaciones relativamente "deterministas" para la persistencia de las jerarquías sociales a través de generaciones.

Sin embargo, actualmente somos muchos los que pretendemos ir más allá de esa dicotomía decimonónica, centrándonos en cómo las desigualdades y las capacidades surgen intergeneracionalmente a través de la plasticidad biológica, mediante la cual el fenotipo responde a través del curso de la vida a diversos estímulos ambientales.

A través de la neuroplasticidad, la exposición crónica a estímulos adversos puede inducir una condición fenotípica acumulativa que puede tomar varias generaciones para revertir completamente. 

Cambiar las cosas requiere acciones concretas. Un primer paso es lograr una buena salud mental para nuestro país, personas que se sientan bien y que tengan las mismas oportunidades.

Para lograrlo, debemos asegurar una vinculación positiva temprana de niños y niñas con sus cuidadores, acceso a educación pre-escolar y escolar de calidad y a una salud preventiva y no tan solo curativa. Una buena partida es el primer paso. 

Entre una niña o un niño que crece como un adulto seguro y emocionalmente capaz, y un niño o una niña que se convertirá en una persona depresiva y ansiosa, que no enfrentará adecuadamente los altibajos de la vida, hay tan solo una delgada línea.

Resulta sorprendente el darnos cuenta del enorme impacto que tienen los estímulos en los primeros años de vida. 

Lectura recomendada

HIDALGO, M. (2019). Neurociencias, Aprendizajes y Bienestar. Editorial Como Sopla Las Velas. Santiago. Chile. 164 pag.

Desde el siguiente link se puede descargar el libro en formato PDF

http://serprose-ltda.wixsite.com/edicomosoplalasvelas        

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