Los ratones no financian ratoneras; tan solo privan de presupuesto

La contralora general de la República, doña Dorothy Pérez, afirmó recientemente en su exposición en el Encuentro Nacional de la Empresa (Ende) algo que resume con elegancia y realismo un fenómeno estructural del Estado chileno: "Es difícil que cualquier gobierno le dé más presupuesto a la institución que lo va a controlar". Exacto. Un ratón nunca estará dispuesto a financiar la manufactura de ratoneras.

Pero lo interesante -y menos evidente- es cómo lo hace. Este repugnante pero inteligente roedor no destruye la ratonera completa ni la prohíbe; simplemente le priva de uno de sus componentes esenciales. Y allí aparece la ciencia.

En Teoría de Sistemas existe un concepto conocido como Complejidad Irreductible. Se aplica a aquellos sistemas que solo funcionan si el mínimo de todas sus partes está presente y correctamente ensamblado. Un ejemplo clásico que se repite en la bibliografía científica es justamente el de la ratonera: base, resorte, martillo, pestillo y barra de sujeción. Si falta cualquiera de esas cinco piezas, el mecanismo deja de funcionar. No parcialmente: deja de funcionar por completo.

Del mismo modo, el sistema de control del quehacer público en Chile también posee componentes esenciales: autonomía, información, recursos humanos, tecnología. Si se priva a la Contraloría o a cualquier organismo fiscalizador de uno de esos elementos, el mecanismo anticorrupción deja de operar.

En otras palabras, basta con no financiar un componente indispensable -por ejemplo, recursos humanos o capacidad tecnológica- para que todo el sistema pierda su función, sin necesidad de modificar leyes ni enfrentarse públicamente a la idea de la fiscalización. Es una forma sofisticada de inhibición sistémica: no se niega la ratonera, pero se le quita el resorte.

Tal repudiable pero eficaz estrategia no es exclusiva de Chile. En varios países, cuando los organismos de control comienzan a ser incómodos, los presupuestos se ajustan a la baja o las plantas se congelan. La maquinaria fiscalizadora sigue existiendo, pero su capacidad de reacción se apaga lentamente.

Desde la Cibernética entendida como la ciencia del control, este viejo truco se conoce como erosión funcional: una degradación progresiva que ocurre cuando se interrumpe el flujo de energía, materia o información hacia un nodo esencial del sistema. En términos más simples: el sistema completo empieza a morir porque una parte vital de él dejó de existir.

Por eso la frase de la contralora tiene un alcance mayor que una queja presupuestaria: es una advertencia científica. Un sistema de control no puede simplificarse más allá de cierto umbral sin perder su capacidad de operar. Es irreductible. Negarle una pieza -tecnología o profesionales- equivale a eliminar la ratonera entera.

Y así, mientras los ratones sigan decidiendo sobre el presupuesto de las ratoneras, bastará con que ellos retiren el financiamiento del pequeño resorte para que el mecanismo entero deje de funcionar. No hará falta sabotaje ni conspiración; tan solo la jugada maestra de quien teme ser controlado.

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