Lo vio entrar a su pieza y por un momento pensó que estaba de vuelta. El niño que la acompañaba a prender velitas a la virgen para llegar a fin de mes, que rezaba en las noches cuando afuera resonaban como petardos las balas lanzadas al aire. Se acercó y por la puerta entreabierta le pareció ver un altar, pero era algo distinto, unas calaveras de yeso ocupando el lugar de la Carmelita y dos casquillos de balas a sus pies como ofrenda.
Algo oscuro como el futuro que veía en los ojos de su nieto desde que abandonó el colegio para vivir casi a diario con "el Martillo", conocido así por el ruido constante de los "fierros" con que saluda a sus vecinos o asalta alguna tienda de licores. Hace 2 meses Rosita corrió a la puerta luego que un golpe seco en ella le advirtiera que su nieto se desangraba en el dintel.
En uno de los intentos con sus amigos recibió el fuego cruzado de "los Sureños", que luego de la pandemia han peleado cada pasaje que "la Mano" ha defendido con la tenacidad de niños y jóvenes arriesgando su precoz existencia por la recompensa que llevan a casa y que gastan en pequeños lujos como zapatillas de marca, que los hacen sentirse especial, en un mundo en que han sido invisibles y en el que hablan a través de golpes y balas.
Rosita mira de reojo y no comprende cómo esa súbita devoción de su nieto va sustituyendo lo más profundo de sus valores familiares, como un virus que adopta las formas para incubar la destrucción en su interior. Esa es la esencia de la narcocultura, es la nueva forma sincrética de disfrazar lo que es capaz de arrasar con la última fortaleza de la comunidad, así se instala a través de símbolos, rituales, de música, de todo lo que eran los elementos cohesionadores que impedían que el narco campeara con impunidad social.
Con la captura de hijos, sobrinos y nietos desde las redes criminales, hoy nadie quiere hablar en el barrio, caminan como zombies tratando de no ver demasiado y llegan a encerrarse en sus propias cárceles, los niños ensayan tirarse al piso una y otra vez, otros quedan con tareas en casa cada vez que uno de los "jefes" es despedido en un cortejo que les recuerda que nadie llegará para cuidarlos, porque lo han ido perdiendo todo, hasta lo que alguna vez alimentó la esperanza en una vida mejor.
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