Estamos en tiempo de solsticio, y las personas de paz se reúnen en el tiempo de la siembra del futuro. Es el tiempo en que el labrador introduce las herramientas para hacer surcos donde la semilla será depositada para sufrir su proceso de transmutación. Para ello, la tierra ha sido preparada en un proceso particular de regeneración, y la semilla es depositada para descomponerse en la humedad subterránea, y pasará un tiempo hasta que brote hacia la luz, en forma de un débil brote, reiniciando el proceso de la vida.
El invierno es una época de cambios por esencia, donde toda la naturaleza señala con irrefutable evidencia que la descomposición de la materia es fundamental para producir su recomposición.
Nacimiento, vida, muerte y descomposición, luego la regeneración. He allí un ciclo que determina no sólo el proceso de la naturaleza, sino también la percepción de lo humano ante los procesos que, concatenadamente, en ella se expresan.
Es decir, no solo tales ciclos se suceden tangiblemente, sino también que son interpretados como tales y secuenciados en la inteligibilidad del observador humano. Esto es, comprendemos la naturaleza a partir de los ciclos que conceptualizamos a través de la experiencia; replicamos lo que nuestro entender significa en lo observado.
La Masonería construye su concepción solsticial recogiendo aquella comprensión desarrollada por la Sabiduría Antigua, donde el misterio iniciático lleva al hombre a vivir el mismo ciclo de la naturaleza, donde los cuatro elementos actúan para producir el proceso de transmutación. A través de la tierra, el aire, el fuego y el agua, la naturaleza cambia, transforma, regenera, en el ciclo fundamental de la vida. Esa Sabiduría Antigua también recoge las tradiciones vernáculas de los pueblos y culturas originarias.
Los masones conceptualizamos el mundo y el universo a través de nuestra comprensión simbólica, imponiéndonos iteradamente el ritmo de un ciclo, donde el rey de la luz -el sol- recorre las doce columnas, para volver a recomenzar.
Los masones, por esencia conceptual, somos humanistas. Nos comprometemos con un sistema de moral que depende de la comprensión de que las virtudes humanas son el cimiento de la bondad necesaria que hace posible que la condición humana se encuentre frente a frente con la propia finitud de la vida y con lo efímero del vivir, y que evidencia la inutilidad de las hegemonías, provengan ellas de las ideas políticas, del poder económico, de las ideas religiosas, del poder de las armas, de las razas, o de cualquier distinción que justifique oprimir o degradar a otros seres humanos por ser diferentes o desafortunados o descaminados.
Estamos en tiempo solsticial, un tiempo de cambio. El inicio de un nuevo ciclo. Un momento en que podemos soñar con la felicidad que llegará al género humano. Como masones jamás podríamos dejar de soñar o aspirar o trabajar para que la condición humana tenga la oportunidad de realizarse como Humanidad.
Que no haya hambre, que las enfermedades sean sanadas o calmadas, que la justicia llegue a los postergados o humillados, que todo ser humano tenga un techo; que los talentos construyan, que generen arte, o que investiguen, para que la creación humana exalte la portentosa virtud de lo bueno y lo bello, o que sea capaz de desentrañar los misterios del universo.
Hagamos votos para que este tiempo de solsticio, nos traiga un cambio en favor de nuestras esperanzas de que la felicidad impere en el género humano, especialmente en nuestra Patria, como producto del imperio moral de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Pero también por el imperio del Derecho, de la justicia social, y de las virtudes sociales y ciudadanas.
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