Una vez al año, Chile se une en torno a un evento que va mucho más allá de la solidaridad. La Teletón, que recientemente celebramos, es un fenómeno que trasciende el acto de donar y se convierte en una manifestación nacional de humanidad, empatía y conciencia social. Es un espacio donde, sin importar las diferencias de edad, clase social o ideología, todos nos unimos para apoyar a los niños y niñas en situación de discapacidad. Este esfuerzo colectivo, que lleva más de 46 años, ha creado un sentido de pertenencia y una identidad compartida que pocas veces vemos en nuestra sociedad.
Como especialista en educación emocional, he observado de cerca el impacto que tiene este tipo de campañas en el desarrollo de las emociones prosociales, especialmente desde la infancia. Recuerdo cuando éramos niños y nos entregaban una alcancía en la escuela para reunir fondos para la Teletón. Ese pequeño acto de pedir una moneda a los vecinos o de sacrificar un poco de nuestros propios ahorros se convertía en una lección de altruismo, bondad y colaboración. Desde esos primeros pasos, íbamos construyendo una conciencia social que se reforzaba cada año. Ese sticker de la Teletón que muchos llevábamos orgullosos en nuestra ropa no era solo una señal de que habíamos aportado, sino un símbolo de pertenencia a una causa mayor.
A medida que crecimos, la Teletón dejó de ser solo un evento anual y se convirtió en una tradición que repetimos con nuestros propios hijos. Ahora, como padres, les transmitimos el mismo valor de la solidaridad y les mostramos que ayudar a otros es una de las formas más profundas de crecer como personas. Esta tradición, que pareciera sencilla, tiene un impacto emocional profundo, ya que desarrolla en los niños una empatía que perdura en el tiempo, una sensibilidad ante el dolor ajeno y una voluntad genuina de hacer el bien.
En una sociedad que muchas veces se fragmenta, la Teletón nos recuerda que somos capaces de unirnos por un bien común, que podemos sobreponernos a las divisiones y colaborar desde el corazón. Este acto colectivo no solo beneficia a los niños y jóvenes que reciben los tratamientos y la rehabilitación que tanto necesitan, sino que también fortalece nuestras redes humanas y nos reafirma en nuestra esencia más noble: la de ayudarnos unos a otros.
En este proceso, nos sentimos mejores personas, conscientes de que nuestras acciones, por pequeñas que sean, tienen un impacto en la vida de alguien más. Este es el poder de las emociones prosociales que impulsa la educación emocional: la capacidad de vernos reflejados en los demás y de actuar en consecuencia. La Teletón es, al final, una oportunidad para recordar que, juntos, podemos construir una sociedad más solidaria, más justa y más humana.
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