Todos conectados

Jaime Maldonado
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Si usted va a una farmacia, una tienda o al médico, le pedirán su número de RUT, su email o su número de celular.

Esto ha estado ocurriendo desde hace unos cuantos años. Al principio uno se negaba a dar esos datos, alegando que la información requerida no guardaba relación con la necesidad de compra. Uno se sentía acosado en su intimidad.

El dato privado que se entrega desencadena una invasión de ofertas de empresas ofreciendo los más inesperados e innecesarios productos por medio de email, teléfono o correo ordinario.

Aunque uno tenga cuenta en un determinado banco, los otros - con los cuales nunca ha tenido contacto -, igualmente le harán llegar sus ofertas. Señoritas colombianas llaman vendiendo servicios de telefonía y también políticos llaman hablándonos de lo generosos que son.

Cuando uno da su número de RUT, lo saludan por su nombre y parece que tuvieran más claro que uno mismo de lo que ha comprado o que podría necesitar. Si busca una cámara fotográfica en algún sitio WEB, al poco rato, al abrir su Facebook, le aparecerán más ofertas de máquinas fotográficas y así ocurre con todas las plataformas que ofrecen uso gratuito de aplicaciones.

Hay más detrás de esta desenfrenada curiosidad por la información privada de las personas.

En un futuro próximo la acción de comprar se va a producir sin la mediación de vendedores. Por otro parte, la publicidad ya no tendrá la preeminencia que tiene hoy día en el sentido de gastar en un esfuerzo para precipitar la compra, ya que habrá un conocimiento más directo y preciso acerca de la conducta del comprador, por lo cual las personas estarían siendo analizadas permanentemente por los robots informáticos de Internet, los cuales informarán a las empresas acerca de las tendencias, las necesidades insatisfechas, las devoluciones, los reclamos y las dificultades de aprovisionamiento para poner sus productos en el lugar, en la cantidad y en el tiempo que se necesitan.

Entones he aquí la razón: los grandes negocios se están encaminando a vender de esta manera – todo -, en un futuro no muy lejano. Todo se está preparando para que así ocurra.

Sin embargo, es fundamental que pase algo que definitivamente cambiará nuestra manera de vivir: las personas debemos acostumbrarnos a ser parte de una estructura de seres conectados, donde parte importante de nuestra intimidad deberemos ponerla al servicio de este Sistema, saliéndonos para siempre de nuestro ámbito de privacidad.

Ya no seremos personas anónimas que nos aproximamos a un mesón y pedimos un kilo de pan, sino que lo buscaremos en el celular, lo pagaremos ahí mismo y nos llegará al lugar donde lo necesitamos.

Es muy probable que llegue el día en que un robot nos recuerde que ya es hora de comprar calcetines, antes que nosotros mismos lo decidamos. Que entremos a una tienda y el Sistema reconozca nuestro rostro y comience a encender luces y letreros para poner a nuestro alcance lo que el sabe que nosotros estamos propensos a comprar.

Tal vez los productos tendrán un precio más bajo; habrá disminuido drásticamente la cantidad de seres humanos que actúen como mediadores en la compra y nosotros, todos conectados, seremos un número dentro de un mundo abstracto que coordinará todo.

Mejor no resistirse a dar a conocer nuestros datos, el Sistema los conseguirá de alguna manera.

Me cuesta creer que alguien, con suficiente discernimiento, pueda decir que la tecnología nos proporcionará una vida mejor. 

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