Hace 41 años, en el segundo Encuentro Feminista de América Latina y el Caribe, nació un acuerdo: El 22 de julio se conmemoraría el Día Internacional del Trabajo Doméstico No Remunerado. En una época en que asumir esas tareas era sinónimo de amor y abnegación, las mujeres ya exigían que se reconocieran como trabajo las labores asumidas en el hogar. Hoy, con la mirada minuciosa que entrega la perspectiva de género, tenemos la responsabilidad de observar el rol que cumplen estas tareas en el desarrollo de los países.
Como dice la filósofa Silvia Federici en "El Patriarcado del Salario", son tareas que literalmente sostienen la vida, y que suelen ser invisibilizadas. "Tras cada fábrica, tras cada escuela, oficina o mina se encuentra oculto el trabajo de millones de mujeres que han consumido su vida produciendo la fuerza de trabajo que se emplea en esas fábricas, escuelas, oficinas o minas", apunta una de las teóricas más importantes en la discusión sobre la condición y la remuneración del trabajo doméstico.
En Prodemu nos toca verlo de forma persiste en las historias de las participantes, tanto en zonas rurales como en la ciudad. Mujeres que nos cuentan que recién pudieron tomar las riendas de su vida una vez que terminaron de criar, o las que narran que asistir a talleres y capacitaciones les significa dejar la casa o a su marido, en un acto que se sigue viendo como osado, aunque, afortunadamente, cada vez adquiere un carácter más acorde a lo que realmente es: un derecho, el derecho al tiempo propio.
No por nada se habla de la multidimensionalidad de la pobreza, comprendiendo que a la escasez de recursos económicos se suma la escasez de tiempo. Una cifra decisiva la arroja un estudio del Ministerio de la Mujer y Equidad de Género que muestra que en promedio sus entrevistadas -todas mujeres dedicadas al cuidado de personas con dependencia- tienen 3,2 horas diarias para actividades personales. Entre ellas, comer, vestirse y ducharse.
En el caso de las mujeres que viven en zonas rurales estas dificultades se agudizan. El aislamiento y el complejo acceso a servicios básicos, un machismo aún más desafiante de erradicar y la triple jornada a la que muchas se enfrentan (trabajo doméstico, trabajo remunerado y el trabajo de subsistencia propio del campo) son puntos que ayudan a entender su situación, sin embargo, sigue urgiendo recoger información, para que cada una de las medidas que se están tomando tengan la efectividad de alcanzar a todas las mujeres.
Cada dato entregado por estudios o cada historia rescatada en terreno nos ayudan a comprender que, para vivir en un país desarrollado, necesitamos hacernos cargo el trabajo doméstico y de cuidados. Por eso la información sobre el impacto de estas labores en el Producto Interno Bruto nacional (PIB) entregado tanto por Comunidad Mujer como el Banco Central ayudan a dimensionar que, de contabilizarse, este sumaría casi 25 % del presupuesto nacional, superando incluso a la minería.
En el caso de Prodemu, hasta la fecha 20% de las participantes de la oferta programática 2024 tiene a su cargo a un niño, niña o persona mayor. Si acercamos la lupa al programa Mujeres Rurales, alcanza el 63%. Es precisamente con las mujeres que trabajamos día a día que vemos la importancia de las políticas públicas que hoy se están implementando, en donde el gobierno del Presidente Boric, a través del Sistema Nacional de Apoyos y Cuidados, está impulsando importantes avances en la materia.
En distintos lugares de Chile he visto algo que sorprende gratamente: La importancia de saberse cuidadoras, de reconocer a quién nos cuidó antes y saber que nos tocara hacerlo. Ese reconocimiento, la valoración personal y colectiva de las mujeres, es un avance que ya podemos ver y que se traduce en mejor autoestima, pero también en fuerza para exigir el cumplimiento de derechos, comprendiendo hoy el cuidado como uno fundamental.
Un obstáculo para que las mujeres puedan ingresar o mantenerse en el mundo laboral remunerado son, precisamente, las tareas propias del hogar. Como Prodemu, además de apoyar desde nuestro lugar la implementación del Sistema Nacional de Apoyos y Cuidados, apoyamos la capacitación, la asociatividad y el empoderamiento de las mujeres, buscando acompañarlas en un camino de autonomía que solo puede conseguirse cuando existen espacios de respiro, tanto del trabajo doméstico como de los cuidados. Por eso, apuntamos a que estos espacios ya no dependan solo de la buena voluntad de la abuela o la vecina, o la presencia de corresponsabilidad parental, sino que se afirmen como política pública tanto en el campo como en la ciudad, pues en cada rincón del país alguien tendrá derecho a cuidar y ser cuidado y ya es momento de que el Estado sea tanto parte, como garante.
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