¡Despieeeeeerten!, ¡Despieeeeeerten! se escuchaba por toda la cuadra. Un conductor gritaba a los autos, apenas hecho el cambio a luz verde. Recordé la serie "Bronca" (Netflix), que parte de una forma muy similar y que transcurre en torno a hechos marcados por la ira, que van teniendo efectos cada vez más graves. Muchos de nosotros hemos sido ese conductor que pelea, discute o palabrea a otros que están al volante, muchas veces por nada, generando consecuencias que desconocemos. También lo asocié a "Un día de furia", película que retrata a la perfección el fenómeno.
Días antes, había escuchado de un estudio sobre la alegría, el que indicaba que las personas consideraban que la gratitud y no cargar con enojos eran parte importante de la felicidad.
Gratitud y enojo, dos elementos que se contraponen y luchan dentro de cada uno de nosotros, y que se expresan en la forma en que nos relacionamos con nuestras familias, colegas, amigos y con aquellos que no conocemos, a los que muchas veces culpamos y vilipendiamos, generando toda una cadena de efectos. En la serie, un violento, pero no grave, incidente desencadena una relación de odio entre los protagonistas que lleva a que todo su entorno se enfrente, con o sin quererlo, y que la gravedad de los hechos aumente de forma insospechada y exponencial.
El cuestionamiento que quizás debemos hacernos es ¿cómo si un estudio indica que consideramos que la ira no contribuye a la felicidad, caemos tan fácil en ella? Es probable que el conductor que gritaba ¡despieeeeeerten! haya generado en los que le antecedían alguna reacción que también haya tenido impacto en otros. Así la ira se va transmitiendo, contagiando.
La fe católica la considera un pecado capital, y de los más graves, pues usualmente empuja a cometer otros pecados. Abarca la rabia desmedida hacia los demás, la agresión, y es incluso capaz de motivar el homicidio o el suicidio. Es de las más primitivas expresiones del ser humano. La ira sería lo contrario de la paciencia, considerada una virtud en el catolicismo.
Para entender más de este fenómeno vale la pena analizar algunas corrientes filosóficas. Los estoicos decían que para combatir la ira se debe usar la razón y la educación, reflexionando sobre sus causas y cuestionando su validez, preguntándose, entre otras cosas, si es realmente tan grave lo que nos ha ocurrido o si no estamos proyectando nuestros propios defectos o frustraciones en los demás.
Los estoicos aseguraban que la ira no nos beneficia en nada, y por el contrario, nos hace sufrir, nos impide pensar con claridad, nos hace decir o hacer cosas de las que luego nos arrepentimos, nos aleja de las personas que queremos, nos expone a riesgos innecesarios y nos impide disfrutar de la vida. No hace falta filosofía para entender aquello.
A su vez, propone practicar el autocontrol, no dejarnos llevar por el impulso de la ira, no responder a la violencia con más violencia, cultivar la compasión y el perdón, e intentar entender al otro.
Otra corriente que bien vale considerar es la de los epicúreos, quienes consideran que la ira es una emoción contraria al placer, que produce dolor, temor y perturbación: precisamente lo contrario que inspira a esta línea filosófica.
En términos conductuales, la Asociación Psicológica Americana reconoce a la ira como la representación más intensa del enojo y explica que una persona enojada llega a desarrollar dolores de cabeza, aceleración de la respiración o aumento de las pulsaciones cardiacas. La psiquiatría la considera como la presencia de conductas agresivas o antisociales, y precisa que puede asociarse con lesiones físicas o verbales a uno mismo, a otros, a objetos o a transgredir los derechos de los demás, lo que coincide bastante con lo descrito anteriormente,
La psiquiatría también alude al "trastorno explosivo intermitente", impulsos que llevan a arrebatos verbales agresivos con demasiada exageración para una situación que no lo amerita.
Un artículo de la Fundación Mayo para la Educación y la Investigación Médicas (29 julio de 2021) explica que puede conducir a la violencia vial, el maltrato intrafamiliar, lanzar o romper objetos, levantar la voz, hablar o pedir las cosas a los gritos, hablar golpeando objetos o su propio cuerpo. Probablemente para la mayoría, suena conocido. A diferencia de la filosofía, la ciencia sugiere ayuda profesional, pues no tendría un manejo intuitivo.
Sea cual sea nuestra lectura, la ira es ciertamente un mal asentado en nuestra sociedad y que atenta contra el bien común y la armonía social. Las nuevas generaciones han aprendido de nuestra ira, ya sea en la vida diaria, como también en algo que les es muy propio: las redes sociales. Una simple y rápida revisión permite ver cómo este sentimiento está presente y tiene consecuencias en niños y adolescentes, muchos de los cuales, han pasado a tener el papel de víctimas o victimarios, en un ambiente hostil que muchas veces los supera.
La ira está afectando seriamente a nuestra sociedad: escuchar a una persona gritar desde un auto ¡despieeeeeerten! nos hace verlo en otros, pero también en nosotros mismos. "Despierten" es una interpelación. Si bien buscaba que los autos avanzaran, es un llamado de atención directo a todos quienes estábamos ahí; fue una forma de vernos cuando nosotros pasamos por ese tipo de episodios sin sentido, y que generan reacciones negativas en quienes nos rodean.
Santiago en febrero suele ser tranquilo, pero le sucede el que quizás sea el mes más complejo del año: el temido marzo, que incluso dio pie a una exitosa campaña publicitaria.
Seguramente veremos expresiones de ira por "el regreso a la realidad", los gastos escolares, los pagos del auto, los tacos y, en muchos casos, el primer descuento por esas merecidas vacaciones.
"La ira de Dios", "Un día de furia" y "Bronca" podrían quedar chicas; quizás pequeños compromisos a nivel personal, relacionados con el control de la ira, nos permitan pasar de ser esa persona al volante que grita a los otros conductores, a ser la que percibe el fenómeno, aquel que entiende que no tiene sentido ni razón. Me incluyo en esa invitación.
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