El humor, ese fenómeno tan universal como esquivo, capaz de unir o dividir naciones enteras con un solo chiste, irrumpió recientemente causando una paroxística indignación colectiva tras el fracaso de un comediante venezolano en hacer reír a su audiencia. Y claro, en nuestra era prodigiosa en pulsiones más digestivas que racionales, el análisis a la rápida mostró que la teoría predominante no podía ser otra que la xenofobia. Pero ¿y si el problema no es el odio al forastero sino, simplemente, que los chistes malos son... malos? Y es que el humor como el café depende de su origen y preparación.
Desde la neurociencia, hoy sabemos que el humor no es más que una serie de sincrónicas descargas eléctricas en nuestro cerebro. Múltiples regiones cerebrales, entre ellas la corteza prefrontal, el área de Broca y el sistema límbico, se activan cuando algo nos resulta gracioso (Mobbs et al., 2003). Sin embargo, la risa no es universal; lo que nos hace soltar carcajadas a unos, puede provocar silencio incómodo en otros.
Para explicar por qué algunas bromas funcionan en ciertos contextos y fracasan en otros, la teoría de la incongruencia sostiene que el humor surge cuando algo desafía nuestras expectativas de manera sorpresiva pero comprensible (Suls et al., 1972). No es suficiente que el chiste sea inesperado; además debe tener sentido. Y aquí viene el problema de importar comediantes como si fueran productos enlatados: El contexto lo es todo. Estudios de neuroimagen muestran que la percepción del humor varía según la cultura, y los chistes que funcionan en un país pueden no tener el mismo efecto en otro (Goel & Dolan, 2001). Lo sentimos, pero la neurociencia no respalda la idea de que todos debemos reírnos por igual. Ahora bien, si el cerebro pone las bases, la cultura por su parte define las reglas del juego, convirtiéndola en el barómetro del buen o mal gusto del humor.
Mary Douglas argumentó que el humor refuerza o subvierte normas sociales. Un chiste puede ser una herramienta de cohesión o una bomba de relojería, dependiendo del contexto. En Japón, el humor basado en la autodesvalorización es bien recibido porque resuena con la humildad social. En Estados Unidos en cambio, se celebra el humor agresivo y competitivo (Douglas, 1975). En sociedades africanas y latinoamericanas, la risa a menudo se usa como resistencia frente a la adversidad, en lo que se ha denominado "risa subversiva". Y aquí viene el quid de la cuestión: si se decide traer a un humorista de una cultura a otra, es mejor que venga con manual de instrucciones.
Incluso, más allá de su rol cultural, la risa es un producto de la evolución. Se ha observado que chimpancés y bonobos emiten vocalizaciones similares a la risa durante juegos, sugiriendo que el fenómeno precede a la humanidad. En humanos, la risa fortalece lazos sociales, reduce el estrés y promueve la cooperación. Algunos incluso argumentan que el humor ayuda a detectar incongruencias en el entorno, una habilidad clave para la supervivencia (Gervais & Wilson, 2005). En otras palabras, el humor no solo es entretenimiento: también nos mantiene vivos.
Volvamos ahora al caso del comediante venezolano. Su rutina no hizo gracia y la teoría explicativa que se quiso instalar con fuerza fue que el público era xenófobo. Sin embargo, investigaciones recientes apuntan a que esa explicación en vacua, pues la ausencia de risa no es sinónimo de odio al extranjero. Chan et al., muestran que en China predominan los chistes basados en juegos de palabras y autocontrol, mientras que en Occidente el humor absurdo y sarcástico manda (Reino Unido como paradigma). Esto sugiere que más que un problema de discriminación podría tratarse simplemente de un choque de estilos. Además, estudios interculturales han demostrado que el humor basado en la agresión es menos aceptado en sociedades colectivistas, mientras que en sociedades individualistas es más común. Quizás, en lugar de buscar conspiraciones raciales en cada rutina fallida, sería más sensato asumir que la risa es un fenómeno complejo, influenciado por biología, cultura y contexto.
En síntesis, el humor no es un derecho universal garantizado por las Naciones Unidas. No todo chiste es bueno y no todo fracaso humorístico es culpa de la intolerancia. Entre la neurociencia y la antropología, la evidencia es clara: la risa es profundamente contextual. Así que, antes de clamar discriminación, tal vez deberíamos aceptar una verdad incómoda: El humor no viene con garantía de risa incluida.
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