Terremoto y tsunami Atacama 1922: Desafío al campo de vigilancia sísmica

El día 10 de noviembre, tan sólo unos minutos antes de la medianoche, ocurrió un devastador terremoto que golpeó con fuerza la Región de Atacama, con mayor intensidad en el segmento que comprende entre Chañaral y La Serena (ya en la Región de Coquimbo). Tanto los precarios sistemas constructivos, como la hora (que tomó a la población con la guardia baja), fueron el cóctel perfecto para generar caos y, desgraciadamente, lamentar la pérdida de decenas de vidas.

¿Podría haber sido peor? En efecto lo fue. La potencia y configuración del terremoto fueron propicias para inducir un tsunami que causó enormes daños y destrucción en la zona litoral de la región. En un rápido vistazo a nuestro pasado reciente, vemos varias similitudes con la tragedia ocurrida en el conocido 27F. Esto nos permite nuevamente relevar la importancia de la memoria sísmica y enfatizar en las cosas que aún tienen espacio para mejorar.

El caso del evento de 1922 es de alto interés científico, ya que ofrece enormes desafíos en su comprensión. En la época, ya existía el Servicio Sismológico, pero disponía de una muy limitada capacidad de registro, con un puñado de instrumentos (la mayoría de tipo pendular) que resultaron dañados y no se pudo tener registro local.

Los sismógrafos existentes en el mundo capturaron el paso de las ondas en el campo lejano (gran parte de estaciones europeas), y muchos otros datos complementarios fueron tomados mediante entrevistas a la población, que suelen estar muy cargados de incertezas, imprecisiones y sesgos, debido al escaso alcance de cultura sísmica y a la entendible confusión y pánico del momento.

Es por eso que es muy complejo establecer una localización hipocentral confiable, aunque es probable que fuese alrededor de la comuna de Vallenar (en un radio de 50 km), a una profundidad que podría ir de los 40 a 60 km. Sin embargo, la presencia de un posterior tsunami sugiere que la ruptura viajó hacia el oeste, llegando a la fosa oceánica, generando un desplazamiento del lecho marino.

Las isosistas (curvas de igual intensidad) alrededor de Vallenar llegan incluso a XI, y comienza a decrecer entre Copiapó y La Serena a VIII. Estas altas intensidades sugieren que el suelo sufrió de enormes aceleraciones, lo que concuerda con algunos relatos de testigos que indicaron que les fue difícil mantenerse en pie y el colapso de centenares de viviendas.

Este fue uno de los primeros terremotos importantes que desafió en Chile el campo de la vigilancia sísmica y nos recuerda lo complejo que es lidiar con este tipo de fenómenos y cómo debemos valernos de los progresos tecnológicos en conjunto con las capacidades humanas para convivir con estas manifestaciones naturales de nuestro planeta.

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