Carta a Dios

En estos últimos días, mi querida abuela ha estado bastante callada y taciturna. Imagino que por causa del accidente aéreo en la Isla Juan Fernández.

Hoy se levantó muy temprano y premunida de su nueva adquisición (un pequeño tablet cuya marca no revelaré), se puso a escribir una carta.

Gracias a mi bien entrenada vista y, por cierto, a mis anteojos multifocales, he podido leer su título: “Carta a Dios”. Quedé muy preocupado.

Abuela, ¿cómo estás?, ¿te sientes bien?

Me miró y me respondió. Estoy muy bien. De hecho, hace tiempo que no me sentía tan alentada.

Abuela, he podido ver que estabas escribiendo una carta. ¿De qué se trata?

Nada importante. Son cosas de viejos. Te daré una copia cuando la termine.

Partí para mi oficina bastante preocupado. Mi abuela, como ustedes saben, es agnóstica. La mayoría de mi familia, que al igual que ella no hemos recibido el don de la fe, no hemos tenido otra opción que militar también en el agnosticismo.

Ya cerca del medio día, recibí la carta de mi abuela.

Señor Dios.

Presente.

Como usted sabe, soy una vieja de más de 90 años y siempre me he definido como agnóstica. Desde muy joven he luchado por creer en su existencia, más  permanentemente he fracasado. Pese esta situación, puedo comprender perfectamente por qué la gente cree en usted e incluso, por momentos, llegar a concebir que usted existe.

Mi condición me ha permitido estructurar mi vida sin su existencia, y también puedo resistir el que usted esté observando mis actos desde un innominado lugar.

Quiero que sepa, aún cuando entiendo que usted todo lo sabe, que he decidido ser agnóstica, pues en mi condición de carencia de fe, me ha parecido ser la alternativa más profundamente honesta.

Entonces se preguntará usted: ¿Por qué diablos me envía una carta si no cree que existo?

Perdóneme. Parece que el “por qué diablos” no es adecuado en una comunicación dirigida a usted. Lo que ocurre es que esta expresión la usaba mucho mi madre y sabrá usted que uno es, en parte, el resultado de su historia.

Bueno. En estos días he estado muy atenta a las palabras de quienes nos gobiernan y de quienes son los “guías espirituales” de nuestro país. Ellos constantemente lo invocan para casi cualquier cosa.

Ayer escuché -en el Tedeum evangélico- que usted debe evitar la promulgación de la ley de acuerdo de vida en común, ya que esta afectaría el concepto de familia que usted diseñó.

En la misma línea, la iglesia evangélica se ha ofrecido como lugar para “curar a los enfermos de homosexualidad” y también le ha solicitado a usted que se rechace la “ley de aborto terapéutico” que un grupo de parlamentarios, seguramente poseídos por el mal, ha ingresado a trámite legislativo.

Uno de los pastores ha dicho que el diablo está en el conflicto estudiantil causando desmanes y propagando la violencia y que, sin perjuicio de ello, debe usted ayudar a que este movimiento tenga éxito en aquello que es justo.

No tengo duda que usted estará a favor de una educación de calidad, inclusiva y republicana. Esperaré sus señales respecto al lucro y sus consecuencias.

Me he enterado que usted es el responsable del gobierno que tenemos. Se lo digo con todo respeto y sin ánimo de importunarlo. Yo me imagino que usted tiene motivos para tomar sus decisiones y no siempre es posible que nosotros las entendamos a cabalidad.

Ayer también escuché a nuestro ministro de Defensa que decía que si usted “así lo quería”, podrían encontrar los cuerpos de quienes cayeron al océano en el avión de la Fach accidentado.

Imagino  que fue usted el que lo envío al fondo del océano con el propósito de hacer comparecer ante usted a todas esas buenas gentes que lo tripulaban.

También he escuchado a nuestro presidente que constantemente lo coloca a usted como garante de las posibilidades de éxito de su gobierno y las de sus colaboradores.

A quienes hoy son parte de la oposición, los he visto pedir que renuncie uno que otro ministro o que usted fortalezca los lazos, hoy tan debilitados, de este grupo político.

A ministros, militares, y por cierto, a sacerdotes y pastores, los he escuchado colocando bajo su responsabilidad la ocurrencia de todo lo que nos pasa, o no es posible de mejorar por la acción humana.

Como contraparte, no los veo habitualmente utilizando los mismos medios de comunicación para agradecerle algún logro o avance, el cual generalmente sin vergüenza se adjudican.

Dios. Quiero que usted sepa que yo no espero mucho de sus acciones en las materias antes indicadas.

Me imagino que usted, en caso de existir,  velará por los temas más grandes e importantes y no tanto por los más pequeños que deben estar a cargo de nosotros mismos.

Quiero que sepa, si es que está en algún lugar y puede leer mi carta, que no tengo cuenta pendiente con usted y que estaré muy contenta si les informa a estos señores que no es posible poner sobre sus hombros el peso de todo cuanto está por pasar, y al mismo tiempo poner un poco de nuestra parte.

Por último, quiero decirle que en mis más de 90 años de vida nunca lo he culpado o increpado por mis fracasos y mis penas; claro que, dirá usted, tampoco le he agradecido mis alegrías. Pero bueno, usted sabe que esto ha sido consecuencia de  no creer en su existencia.

Señor, en caso de que usted se entere de esta carta, quiero que sepa de mi esperanza en un futuro más justo y feliz -entiendo que eso es también lo que usted quiere- y que confío  en la gente joven de mi país y, muy especialmente, en nuestros estudiantes que, aún cuando algunos de ellos sean comunistas, me imagino estarán iluminados por su sabiduría.

No espero señales suyas. Me imagino que recibe a diario muchas solicitudes y pedimentos y tendrá gran trabajo para procesar y aceptar los pedidos que tienen buen fundamento.

Señor quiero que sepa que seguiré haciendo esfuerzos por revertir mi condición de agnóstica y le aseguro que cualquier avance en esta línea se la comunicaré de inmediato.

Carmela.

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