Chile, ¿a qué Gabriela queremos?
La alusión a Gabriela Mistral, en la ceremonia de promulgación de la Ley que establece el Acuerdo de Unión Civil, como ejemplo de alguien que habría sido beneficiado por la nueva legislación, logró sorprender a algunos mistralianos que quisieran, tal vez, mantenerla sólo como ícono de la poesía y puso de relieve la complejidad de un personaje insuficientemente comprendido en Chile. ¿Cuál es la imagen que nuestro país tiene o quiere tener de la gran poeta?
El poeta Jaime Quezada, uno de los sorprendidos, desearía un trato más delicado de la Mistral:
"citar, en un discurso de esta naturaleza, a Gabriela Mistral en una relación con Doris Dana, revela cierta ligereza emocional y de circunstancia, más que de un fundamento al marco legal del asunto".
Hay razones para traerla a colación en una ceremonia de Estado, pero cabe la pregunta de porqué no a Pedro Lemebel o a Pablo Simonetti, por ejemplo, que han hecho de su sexualidad una causa y la han exhibido con mucha más apertura que Mistral. También es razonable la inquietud de Quezada, que se siente en la obligación de proteger la condición literaria de su musa.
Es que Gabriela Mistral es un personaje complejo. Y Chile -porfiado heredero de aquello de "un solo Dios, una sola España"- no suele tener cariño o vínculos fáciles con la complejidad, con los matices. Es un país de santos o demonios. Basta recordar la relación con los pueblos indígenas, que recién se está comenzando a enfrentar culturalmente, es decir, en toda su complejidad, más allá de un mero tema de tierras.
Hay muchas "gabrielas" en nuestra corta historia. Está aquella, la primera, la maestra rural, bucólica, de los "piececitos de niño azulosos de frío" y las rondas infinitas de vestidos amplios y desplegados al viento, que transitó silabarios y cuadernos simples, poco cuestionadores.
Está aquella otra, de la revolución en libertad que escribió "algún día Eduardo Frei será presidente de Chile; yo ya no estaré viva, pero me daré vueltas en mi tumba, para aplaudirlo", poniéndola una vez más a competir con el reconocido y masculino compromiso de Neruda con la revolución de las empanadas y el vino tinto. Otra simplificación de un personaje complejo.
Pero hay más, está la Gabriela del billete de cinco mil pesos, idea de algún banquero central que quiso rendirle un homenaje al ponerla en las manos de todos los chilenos y haciéndola cotidiana, curiosamente con un valor intermedio: ni uno, ni diez, cifras redondas, sino cinco, cifra que en las calificaciones de las escuelas y liceos no habla de la excelencia ni de la ausencia de conocimientos, sino de una cierta mediocridad.
Está la Gabriela de Allende, quizás la más acertada, aquella que el Presidente socialista quiso inmortalizar en un amplio espacio cultural, complejo como ella, el Centro Cultural Metropolitano Gabriela Mistral, construido con el esfuerzo de trabajadores chilenos del cemento y de las artes para albergar a representantes de los países en desarrollo de todo el mundo, a inicios de los años setenta. Una maciza construcción de torre y placa, que desafía la vertical y la horizontal, donde alguna vez se quiso instalar un museo de los niños y un amplio autoservicio de comida para alimentar -espiritual y materialmente al pueblo- como gustaba soñar Allende.
Junto con el golpe militar de 1973, Gabriela fue despojada de torre y placa y su nombre extirpado y masculinizado en Diego Portales, personaje opuesto: autoritario, comerciante y jaranero, que calzaba mejor con el destino que los militares darían a la edificación.
Años después, incendio mediante, la Presidenta Bachelet, en su primer mandato, recuperó el espacio y el nombre de la poeta, luego descafeinado como GAM, simbolizando la cultura corta de luces y "marquera" que domina. Es de esperar que ese complejo cultural no se mutile en su arquitectura inicial ahora que, finalmente, las fuerzas armadas abandonan la torre ocupada en dictadura.
Es que para Chile no es fácil tratar con Mistral. Sin duda es más sencillo convivir con Neruda -por oposición, ateo y republicano, siguiendo con el ejemplo de España-, de domicilio conocido en todo sentido: comunista en lo político; tres casas "abiertas a público", en lo habitacional; una fundación prestigiosa que administra su legado; relaciones amorosas abundantes pero finalmente confesas; con ópera, película y cartero consagrados; colecciones -caracolas, botellas, mascarones, entre otras- públicas, clasificadas y donadas en vida, y una muerte investigada hasta el exceso.
También lo es coexistir con Nicanor Parra. Acompañado de una extensa familia que ha luchado por mantener el apellido y sus talentos, entre los cuales destaca un incontrarrestable sello de lo que se puede considerar "chilenidad", aspecto que facilita mucho la relación plácida con un país que no se cuestiona que Violeta sea una de las suyas más notables ni que sus tapices hayan llegado al Louvre.
Pero vaya que se han cuestionado aspectos de la Mistral, cuestionado y ocultado. Ocultado y mostrado. Mostrado y disputado cuando se muestran, como aconteció al tiempo que sus herederas quisieron entregar al país algunas de sus especies, disputadas de mala manera entre diferentes instituciones culturales estatales.
Es que Mistral es compleja y debemos aceptarla y quererla así. No fue ni será un súper héroe ni una súper heroína, sino una trascendente poeta universal que excedió en vida y obra nuestras fronteras,
que es chilena y forastera a la vez, que no se puede reducir a su condición sexual, que se la debe respetar hasta que seamos capaces -como país- de comprenderla y acogerla a cabalidad.
Es posible y deseable que ese proceso haya comenzado. Que los profundos cambios que en Chile se están iniciando, en educación y en reconocimiento de la diversidad y la multiculturalidad, nos estén acercando también a comprender ampliamente a Gabriela.
Lo que no será breve ni perceptible a simple vista.
Solo debemos estar atentos.
Hasta cuando Chile pueda convivir, sin drama, con la complejidad de sus poetas mayores.
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