Destruyendo nuestro patrimonio con cara bovina
Hace algunos días el concejal de Pozo Almonte, Luis Martínez, escribió su nombre y el de su pareja en las faldas de un cerro en el desierto, cerca de la localidad de Huara. El detalle fue que se trataba del cerro Unita y a unos metros de allí, está el imponente y bello geoglifo llamado Gigante de Atacama y el lugar es zona de conservación arqueológica.
Que una figura conocida de la zona actúe así nos muestra a las claras que no procedió con mala intención, sino con absoluto desconocimiento del lugar y de lo que es el patrimonio. Pero no lo crucifiquemos.
Por esos mismos días hubo una curiosa manifestación de señoras durante la apertura del polémico mall de Castro, aquella construcción instalada en el centro de la ciudad chilota con tanta delicadeza y buen gusto (léase en tono sarcástico porque es sarcasmo). Espontánea o no, resulta llamativo el apoyo de personas del lugar a un proyecto cuyo beneficio es dudoso y cuyo daño al patrimonio y calidad urbanística es bastante menos discutible.
Sigamos hacia atrás. El 2013 se realizó la marcha Yo Aborto por el centro de Santiago. Al pasar frente a la Catedral, varios manifestantes irrumpieron en su interior mientras se celebraba una misa, rayaron y causaron destrozos en el edificio que es Monumento Nacional.
Por último recordemos el caso Cadima-Tambuirrino. En el año 2004, los jóvenes ariqueños Eduardo Cadima y Enzo Tamburrino se encontraban mochileando en Cusco, y pintaron un grafiti en una de las murallas de la ciudad. Ciudad de varios siglos de existencia, construida sobre bases y muros incaicos, es patrimonio de la humanidad y, oh sí, fue capital de uno de los imperios más grandes de la Historia. Pero a los chilenos no nos vienen con leseras, habrán pensado. Así y todo, los viajeros fueron detenidos y juzgados, como corresponde, pero en Chile se les presentó como víctimas y nadie, ni el entonces presidente Ricardo Lagos, entendía por qué tanto escándalo con pintar algo bonito en unas piedras viejas. Se llegó a un acuerdo extrajudicial y retornaron a nuestro país auspiciados por una ONG. No sin antes que estos artistas destruyeran el hotel donde se alojaban, pero esa es otra historia.
He citado casos conocidos y recientes (hay muchos más), donde estuvo involucrada gente supuestamente conocedora de su tierra, con cierta sensibilidad, apertura de criterio o intereses sobre su entorno. Se podrá argumentar que los sucesos de la Catedral fueron un ataque a una iglesia ultraconservadora que se distanció de la gente, o que el caso de los grafiteros no era para tanto y se trató de una situación de xenofobia, pero hasta en la Unión Soviética se preservaron los palacios de la época zarista, e incluso los nazis prohibieron pero no destruyeron obras de artistas degenerados como Marc Chagall o Wassily Kandinsky.
Porque el patrimonio debiera respetarse más allá de coyunturas, para tener conocimiento de qué somos, que no nacimos ayer y que ni siquiera lo hicimos con la llegada de los españoles.
Si no sabemos de qué estamos hechos, quedémonos viendo tele con cara bovina. Nos falta mucho para tener esa conciencia de nuestro pasado y el caso del concejal es un buen ejemplo de ello, pero al menos en este caso a nadie se le ha ocurrido argumentar que la inscripción Luis Martínez B. Alysson es una intervención artística o una campaña contra el PPD.
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