Feliz Año Nuevo

Este 24 de junio  se celebra el We Xipantu o Año Nuevo Mapuche, Machaq Mara para la comunidad aymara e Inti Raymi para los quechua. Ha sido una ceremonia que ha ido tomando fuerza y ya es conmemorada de manera oficial en muchos municipios del país. Corresponde a la noche más larga del año, el fin de la fase de luna nueva y a la decimotercera luna desde la misma fecha del año pasado. A diferencia del año occidental, se celebra desde la noche al amanecer (aunque en rigor debieran hacerse ceremonias desde varios días antes), al asomar el sol dando inicio un nuevo ciclo.

Como suele suceder con todas las fiestas paganas, esta fecha coincide con una celebración cristiana, que es la noche de San Juan, donde guardamos papas a medio pelar, hacemos manchas de tinta, vemos el futuro en un espejo, salimos a ver florecer la higuera y aparece el diablo para enseñarnos a tocar guitarra si nos paramos en el cruce de tres caminos.

La noche de San Juan, como vemos, es una celebración puertas adentro, y el we xipantu lo es al aire libre. La primera es de origen religioso, la segunda está relacionada con la agricultura y los ciclos de la naturaleza (aunque también tiene un significado divino). Una es silenciosa y la otra con música y danza. La primera se podría denominar “chilena” y la segunda… ¿No es chilena, acaso?

Quizá debido a nuestro origen como país, siempre en guerra, cualquier manifestación cultural que no fuera occidental y cristiana se le descartaba como “no chilena”. Pasó durante la guerra de Arauco mientras se imponía el cristianismo, y ocurrió después mientras se “pacificaba” la nación mapuche y además se conquistaban las provincias de Arica, Tarapacá y Antofagasta.

Allí, en el norte, el gobierno impuso una campaña educativa de chilenización que implicó prohibir y olvidar cualquiera manifestación cultural que sonara remotamente a aymara, licanantai o quechua porque esas  eran cosas de “peruanos y bolivianos”.

Así el 24 de junio, y muchísimas otras manifestaciones culturales, permanecieron olvidadas y denostadas durante décadas. Se impuso el discurso que todos los chilenos éramos iguales y cualquier leve diferencia era motivo de desprecio y humillación. No habían etnias originarias, solo habían chilenos (aunque sí se reconocían colonias de países europeos, ellas tenían derecho a existir). Pero, malas noticias amigos nacionalistas, Chile sigue siendo un país multicultural y ahora lo está siendo más. Los mapuche vuelven a celebrar su We Xipantu y, por qué no, algún día debieran hacerlo como comunidad autónoma.

Para quienes se mofan o al menos encuentran pintoresca esta fecha, les contaré dos eventos de los que fui testigo directo. El primero fue en el museo de Historia Natural, donde se conserva al Niño del Cerro El Plomo, que es un menor de la nobleza que fue ofrendado por los incas para que fuera guardián del valle del Mapocho. Allí pude estar presente en la primera celebración del año nuevo donde grupos de pueblos originarios fueron a saludarlo y entregarle ofrendas (el Niño original está fuera de la vista del público, en una cámara climatizada; lo que se exhibe es una réplica).

El noble volvía a escuchar el sonido de las lakitas después de cinco siglos, y personal del museo nos comentaba que a veces ocurrían cosas extrañas los 24 de junio. Quizá como saludo, al recibir los primeros obsequios el cristal de la vitrina donde se mantiene se empañó por unos segundos y luego volvió a quedar transparente.

El segundo evento fue una celebración del Machaq Mara (año nuevo aymara), que se celebra con características similares al We Xipantu, de la noche hasta la mañana. Era en un cerro, estaba muy nublado y llovía. Para la óptima realización de la ceremonia se requería que el sol iluminara al amanecer, así los asistentes podían recibir su energía renovada.

Se empezó la celebración con música, danza, rogativas y ofrendas bajo el aguacero. Llegada la hora del amanecer había preocupación pues el cielo seguía encapotado. Pero, en cosa de minutos, llegó la Mama Wayra (el viento). Cesó la lluvia, las nubes se abrieron y fuimos iluminados por los rayos del sol. Cuando la Pachamama lo consideró suficiente, se volvió a cubrir y la tempestad se reanudó. Eso no pasa en una misa.

Creo que el patrimonio cultural si no es de todos no es de nadie, y debiéramos integrarnos sin temor a este tipo de celebraciones, así como comenzamos a celebrar Halloween sin ser anglosajones ni celtas. Hagamos por lo menos un saludito en redes sociales este 24 de junio. 

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